El domingo, 17 de enero de 2016

EL SEGUNDO DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 62:1-5; I Corintios 12:4-11; Juan 2:1-11)

Le querían nombrar “Juan Pablo Magno” aun antes de su muerte.  Era tan gran papa que se sentía el deseo de recordarlo como pocos en la historia.  ¿Qué fue su logro más ilustre?   Hizo frente a los comunistas para encender el fuego de la libertad.  Puso en manifiesto las reformas del Vaticano II con la publicación del Catecismo de la Iglesia.  Canonizó centenas de santos para apoyar a millones en su caminata con el Señor.  También le recordará la historia por haber modificado el rosario. En 2002 el papa San Juan Pablo II ofreció a la Iglesia los misterios luminosos.  Estos eventos de su ministerio brilla la luz en Jesús como el Hijo de Dios Padre.  Hoy en el evangelio se escucha la historia del segundo misterio luminoso: el cambio del agua al vino.

Por veinte siglos los cristianos se han fascinado con la maravilla.  Los antiguos la vieron como la bendición de Jesús para el matrimonio.  Más reciente, los predicadores han recalcado cómo Jesús cumple el deseo de su madre.  Sin embargo, hay otro entendimiento de la acción, también antiguo, que vale la atención.  Según algunos Padres de la Iglesia el truque del agua para el vino significa otra instancia de la epifanía.  Ya la gente se da cuenta que Jesús no es sólo maestro, mucho menos carpintero.  Ya sabe que es hombre autorizado por Dios para cambiar el destino de Israel. 

Se puede ver la necesidad en la primera lectura.  Jerusalén está sufriendo los efectos de la ocupación de los babilonios.  Falta el liderazgo para llevar la nación a la prosperidad.  Es como un río contaminado cuyas aguas no pueden apoyar los peces ni dar de beber a los hombres.  En  medio del desastre de Israel Dios le promete que va a rescatar el pueblo.  Unos quinientos años después la situación no ha cambiado tanto.  Pero finalmente llega Jesús como cumplimiento de la promesa de Dios.

Jesús lleva el poder para cambiar las cosas en su raíz.  En el evangelio Jesús convierte el agua al vino como acto indicativo de lo que va a hacer en la hora de su glorificación.  Como les provee a los comensales vino dilectísimo en abundancia, ganará el favor de Dios para el mundo entero. 

Muchos nosotros sentimos tan desesperados como el mayordomo dándose cuenta de que se ha agotado el vino.  Algunos no pueden perder las cincuenta libras que amenazan la salud.  Otros sienten agobiados por las exigencias de sus esposos en la casa o de sus jefes en el trabajo.  Aún otros quedan sin seres queridos para consolarles en la vejez.  Jesús ya viene para cambiar la situación.  Él está actuando dentro de nosotros quitando el sentido de la derrota y levantando el espíritu de la esperanza.

Este fin de semana se celebra un hombre que reflejó a Jesús como pocos otros en la historia.  El doctor Martin Luther King dio ánimo al pueblo negro para reclamar la dignidad humana.  Sus palabras basadas en la Biblia sembraron la esperanza de la igualdad.  Su voluntad para sufrir demostró que la liberación social cuesta el sacrificio. Es cierto que la obra de Martin Luther King no se ha terminado.  Los negros siguen despreciados, y sus familias quedan en peligro.  Sin embargo, ya por los esfuerzos de Martin Luther King se han despertado que la libertad resulta de la fe en Cristo no del odio para el racista.  Ya se han dado cuenta que la virtud no la comodidad les llevará a la justicia.

A veces al mero invierno vemos un pajarito posado en un árbol.  Nos preguntamos: ¿cómo puede resistir el frío?  Sin embrago, parece que el pajarito no se preocupa.  Vuela de árbol al árbol llenándonos con la alegría.  Se hace un signo del Señor entre nosotros.  Jesus nos ha llegado para quitar el sentido de la derrota y plantar la esperanza.  Jesús nos ha llegado.

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