El domingo, 7 de junio de 2015



LA SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y SANGRE DE CRISTO

(Éxodo 24:3-8; Hebreos 9:11-15; Marcos 14:12-16.22-26)

El hombre era orgulloso de su nación nativa.  Vino del país vasco.  Dijo que allá la sacudida de mano era suficiente para sellar un acuerdo.  No había necesidad de documentos escritos, mucho menos de abogados.  Sin embargo, en las lecturas hoy escuchamos de acuerdos que necesitan sellos más solemnes.

En la primera lectura del libro de Éxodo Dios está consumando un pacto formal con Israel.  Es la gran alianza de Sinaí en la cual Dios promete a proteger al pueblo en cambio del acatamiento de Israel a su voluntad.  Se sella el pacto con la sangre de novillos primero derramada sobre el altar y entonces rociada sobre la gente.  El simbolismo es dramático.  La sangre significa la vida.  Echada sobre el altar, que simboliza a Dios, y sobre el pueblo la acción indica que los dos ya están unidos en una sola vida.

Sin embargo, la alianza se probó demasiado onerosa para Israel.  En el tiempo de los reyes el pueblo desconoció la ley como atestiguan los profetas.  En la edad de Jesús, la manipulan los fariseos para su propio beneficio.  Por eso, en el evangelio Jesús forja una alianza nueva entre Dios y los hombres.  No limita el número de los participantes ni a sus discípulos ni a Israel sino incluye al mundo entero.  Tampoco usa símbolos para sellar el pacto.  Más bien, ocupa su propio cuerpo en forma del pan y su propia sangre en forma del vino.  Entregados a nosotros, estos elementos se hacen un sacrificio que agrada a Dios mientras fortalecen a nosotros.  Ya tenemos en nuestros cuerpos la mera vida de Jesús para fortalecernos.  El día próximo el cuerpo de Jesús será desgarrado y su sangre derramada como compruebas de la realidad de su sacrificio. 

La segunda lectura explica más el sacrificio de Jesús  y la alianza nueva que hizo.  Dice que su sacrificio vale más que la sangre y las cenizas de los animales esparcidas sobre la gente.  Pues, donde el sacrificio de los animales sólo puede lograr el perdón del pecado, el sacrificio de Jesús transforma la conciencia para hacer la adoración verdadera.  Esta transformación configura la nueva alianza entre Dios y nosotros.  Dios nos ha hecho en sus propios hijos e hijas capaces de hacer actos del amor verdadero.  Por estos actos agregamos a los sacrificios que agradan a Dios mientras merezcamos la vida eterna.

La alianza nueva nos hace posible ser fieles a los otros compromisos que hemos hecho.  Por ser hijos e hijas de Dios, ustedes no quieren decepcionarlo por engañar a sus esposos o esposas.  Conscientes del destino eterno, todos queremos cumplir las tareas en la vida diaria, sea en el trabajo, en la esquela, en las carreteras, o en la casa.  Una mujer católica ejemplifica esto.  Es esposa, madre, trabajadora, y dueña de una pequeña empresa.  Se esfuerza mucho para cumplir sus compromisos, pero se distingue la mujer por la gran generosidad que brinda a todos. 

Cuando las lluvias de primavera han pasado pero antes del calor fuerte del verano, hay una frescura maravillosa en la tierra.  Sentimos renovados como si nos hubieran dada nuevo arranque en la vida.  Es como la nueva alianza del Cuerpo y Sangre de Cristo.  Ya nos hemos transformado en hijas e hijos de Dios.  Ya tenemos la capacidad para hacer actos del amor verdadero.  Ya tenemos la capacidad para hacer actos del amor.

El domingo, 31 de mayo de 2015



La Solemnidad de la Santísima Trinidad

(Deuteronomio 4:31-34.39-40; Romanos 8:14-17; Mateo 28:16-20)

El otro día una iglesia cristiana hizo su publicidad en la radio.  Terminó con la frase, “Todos están acogidos aquí”.  Podía ser una bienvenida sincera para invitar a todos los escuchadores a sus servicios.  Sin embargo, los que conocen el ambiente actual de controversias religiosas dijeran que las palabras tienen un mensaje oculto.  En su manera de ver, por la frase “todos están acogidos”, la iglesia intenta a distinguirse de otras iglesias que supuestamente no aceptan a diferentes tipos de personas. Algunos critican nuestra Iglesia Católica así por no dejar ni a las parejas no casadas por la Iglesia ni a los homosexuales comulgar.  ¿Cómo deberíamos responder a tal crítica?

Primero, tenemos que decir que la Iglesia Católica es sobre todo una comunión de amor.  Ocupa a la Santísima Trinidad como modelo para imitarse.  Por esta razón, se puede decir que todos están acogidos en sus templos.  De hecho, al día de Pentecostés el papa Francisco dijo precisamente esto. “La Iglesia no nace aislado – dijo -- nace universal…con una identidad precisa pero abierta a todos, no cerrada, una identidad que abraza el mundo entero, sin excluir a nadie”. Es así particularmente en el caso de los homosexuales que han experimentado mucho prejuicio en la historia.  La Iglesia ha hecho una opción preferencial por los marginados que incluyen a los gay.

La Iglesia entiende la dificultad hoy día de los que quieren vivir en relaciones monógamas aunque sea con una segunda pareja o una pareja del mismo sexo.  No comparte la opinión que tales relaciones son necesariamente egoístas.  Más bien reconoce que en muchos casos las parejas están siguiendo los deseos profundos del corazón. Por eso, por la mayor parte la Iglesia no exige que las personas abandonen a sus parejas para volver a una vida solitaria.

Pero la Iglesia Católica como todas organizaciones tiene normas y tradiciones con las cuales tiene que ser coherente o dejará a existir.  En el caso del sexo, desde sus comienzos la Iglesia ha enseñado que la intimidad sexual es reservada para el matrimonio permanente entre un hombre y una mujer.  De hecho, esta enseñanza viene del Señor Jesús.  Por esta razón la Iglesia dice que las personas que tienen relaciones irregulares pueden rezar con los demás pero no deben presentarse para la Santa Comunión.  Este sacramento es reservado para aquellos cuyas vidas se conforman con la de Jesús.

¿Cómo sabemos si nuestras vidas se conforman así?  No es que todos que reciben la hostia practiquen el amor para el prójimo como Jesús siempre nos manda.  De verdad, es posible que algunos que odian a otras personas sean los primeros para formar la fila de la Comunión.  Estas personas olvidan la crítica que Jesús levantó contra los fariseos cuando citó al profeta: “’Lo que quiero es que sean compasivos, y no que ofrezcan sacrificios’”.  Tal vez su pecado es aún más grave que aquel que sigue en una relación sexual prohibida.

De todos modos no deberíamos juzgar a otras personas sin conocer su situación bien.  A veces las parejas en situaciones irregulares aceptan el consejo de sacerdotes que vivan sin tener relaciones sexuales.  Sí, parece increíble este tipo de convivencia en una sociedad saturada con el sexo.  Sin embargo, hay varias personas que aman al Señor tanto que estén listos a dejar el placer físico.

Se ha mencionado que los que no pueden recibir la Comunión deben rezar junto con los demás. ¿Rezan para qué?  Todos deberíamos rezar que realmente seamos dignos de recibir el Cuerpo y Sangre del Señor Jesús.  También deberíamos rezar por aquellos encontrados en matrimonios irregulares que puedan resolver sus problemas tal vez con una anulación. Deberíamos rezar también para la fortaleza de vivir coherentes con Cristo.  Como se ha dicho, tal vida implica más que recibimos los sacramentos.  Por eso deberíamos rezar finalmente que amemos a todos como la Santísima Trinidad. 

El domingo, 24 de mayo de 2015



LA PENTECOSTÉS

(Hechos 2:1-11; Gálatas 5:16-25; Juan 15:26-27.16:12-15)

El enfermo tuvo suerte.  Lo colocaron en una sala hospitalaria al lado de un sacerdote carismático.  Con la persuasión gentil del religioso el hombre comenzó a recapacitar su vida. Fue bautizado como católico pero se había alejado de la fe.  Había tenido a tres esposas, pero andaba entonces con varias mujeres.  Al final reconoció la necesidad de cambiar sus modos.  Prometió a volver a misa y aun a visitar al sacerdote en su convento.  Aquellos que saben de asuntos espirituales reconocen esta experiencia como obra del Espíritu Santo.

Se describe el Espíritu Santo en la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles con tres imágenes fuertes.  Primero, el Espíritu viene con el ruido de un huracán.  El sonido invoca el miedo como pasó a los israelitas en el desierto cuando Dios descendió sobre el Monte Sinaí.  La relación de los dos eventos no es coincidencia.  Pues hay muchos peregrinos en Jerusalén para celebrar la entrega de la Ley a Moisés en Sinaí unos cincuenta días después de la pascua en Egipto.  Ya el Espíritu Santo viene como la ley nueva dirigiendo a los discípulos cómo vivir el amor divino. 

Ellos tienen que formar una comunidad de apoyo mutuo.  Enseñarán a los niños los modos de Jesús.  Disfrutarán de la compañía de uno y otro en medio de una sociedad distorsionada por los deseos carnales.   Llamada “la Iglesia”, la comunidad sigue en fuerza hasta el día hoy.  Solo esperamos que la parte de la Iglesia que representamos muestre la faz de Jesús a todos.

En segundo lugar la lectura ocupa el fuego para describir la venida del Espíritu Santo. En el desierto Juan predicó que el que vino después de él bautizara con el Espíritu y el fuego.  Ya se cumplen sus palabras.  El fuego puede vigorizar como cuando dicen que los Caballeros de Cleveland están ardiendo en los playoffs de básquet. A veces en el medio de la vida nos sentimos desanimados. Aunque hemos realizado nuestras ambiciones, nos consideramos a nosotros mismos como fracasos.  No tenemos ningún agradecimiento ni para Dios ni para nuestros padres, ni para otras personas.  Necesitamos del Espíritu Santo para llenarnos con el fuego para afirmar nuestro valor.  La segunda lectura muestra ampliamente los efectos del Espíritu Santo: el amor, la alegría, la paz, y varias otras cualidades que conocemos como sus frutos.

Finalmente, la lectura menciona lenguas.  Son el don de hablar de modo que gentes de diferentes naciones puedan entender.  Según la lectura, los discípulos emiten palabras que suenan raras para ellos mismos, pero para la gente ellas hacen sentido perfecto.  Los expertos tienen teorías para explicar este fenómeno, pero hay una historia que también puede explicarlo. El año pasado unos turistas americanos estaban en Roma participando en una audiencia del papa Francisco.  Uno de ellos que conoce italiano iba a traducir lo que el papa dijo a los demás.  El papa contó de la necesidad de amar como Cristo.  Cuando el que iba a traducir por sus compañeros abrió su boca, los otros le dijeron que no era necesario. Pues el papa Francisco, aunque hablaba en otro idioma, estaba bastante entendible.  Es así cuando hablamos del deseo más profundo de corazón.  Nos entendemos bastante bien.

Una pintura contemporánea muestra dos ventanas abiertas con el viento soplando las cortinas.  La luz del sol matutino brilla dentro del cuarto mientras se ve afuera las aguas de un lago.  ¿Es posible quedarnos desanimados en tal situación?  De ninguna manera.  Es el sentido perfecto del Espíritu Santo.  Viene para iluminar la mente y mover el corazón para que amemos según el deseo más profundo del corazón.  El Espíritu viene para que amemos.