El domingo, 22 de noviembre de 2015



Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo

(Daniel 7:13-14; Apocalipsis 1:5-8; Juan 18:33-37)


Le Bron James es el mejor basquetbolista en el mundo hoy.  Fuerte, exacto, y entusiasmado, James puede llevar un equipo mediocre al campeonato.  El año pasado cuando anunció que iba a volver a Cleveland, su ciudad nativa, la gente allá se hizo emocionada.  Se vio un joven llevando una pancarta diciendo: “Se regresa el rey”.  Ciertamente Le Bron James es un rey pero no en el sentido regular de la palabra. Más bien, él reina en la cancha de básquet.  En una manera semejante Jesús puede llamarse rey.  Aun lo vemos refiriéndose a sí mismo así en el evangelio hoy.

Pilato pregunta a Jesús si él es el rey de los judíos.  Quiere saber si tiene un ejército para amenazar la soberanía de Roma.  Si va a iniciar una revolución, el gobernador tendría que tenerlo bajo custodia.  Jesús le contesta con la verdad; sí es rey.  Pero matiza lo que significa esto diciendo: “Mi reino no es de este mundo”.  En otras palabras, Jesús es un rey diferente de los regidores de la tierra.  Él juzga a todos con la justicia.  Cuida a los pobres con el amor.  Busca la paz entre los adversarios. 

Nosotros aceptamos a Jesús como rey.  No importa si somos americanos, chinos, o africanos.  Nos le sometemos a él.  Cumplimos su mandato de amor aun con el vecino que nos molesta.  Lo servimos por aportar la Iglesia, su cuerpo.  Y lo honramos cantando su alabanza en la misa dominical.  Hacemos todo no porque nos fuerce sino porque nos ha salvado.  Como dice la segunda lectura del Apocalipsis: él “nos purificó de nuestros pecados con su sangre”. 

Ahora cumplimos los domingos del ciclo B.  Desde el primer domingo de Adviento hemos estado leyendo del Evangelio de San Marcos y, como ahora, el Evangelio de San Juan.  Hemos visto a Jesús repetidamente dirigiendo a los demás que no digan nada de su identidad.  Calla a los demonios, carga a sus discípulos, y avisa a los curados que no revelen que él es el mesías.  Ahora sabemos por qué.  Ser mesías es lo mismo que ser rey.  Jesús es rey como ningún otro.  Es a la vez más poderoso y más compasivo que cualquier otro.  Por eso vale nuestra lealtad.  Más que cualquier otro, Jesús vale nuestra lealtad.

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