El domingo, 29 de marzo de 2015


EL DOMINGO DE RAMOS

(Isaías 50:4-7; Filipenses 2:6-11; Marcos 14:1-15:47)


El libro describe los horrores de un campo Nazi de concentración.  Se titula Noche.  Una historia del libro particularmente llama la atención.  Un niño ayudaba al líder de los obreros en el campo.  Cuando los Nazis descubrieron que el hombre era involucrado en la resistencia judía, lo enviaron a Auschwitz.  Al niño lo ejecutaron ellos mismos por colgarlo entre dos hombres.  Los dos hombres murieron rápidamente pero el niño luchaba por más que media hora antes de fallecer.  Le acuerda a uno de Jesús en la Pasión según San Marcos que acabamos de leer.



Desde el principio del relato hasta su fin Jesús sufre.  En Getsemaní sabiendo la tortura que le espera, él se postra en la tierra pidiendo a Dios que le aparte de la ordalía.  Entonces cuando viene Judas con la gente para apresarlo, Jesús está abandonado por todos los discípulos.  En el principio del evangelio se dijo que los primeros discípulos dejaron sus redes para seguir a Jesús.  Ahora un discípulo deja su ropa para huirlo.


El sufrimiento no desiste en los juicios de Jesús.  En el proceso ante el sanedrín los líderes judíos le escupen, lo abofetean y se burlan de él como un profeta falso.  Es sólo irónico porque Jesús ha predicho que iba a sufrir tal abuso. Casi tan indigno es la negación de Pedro, su primer discípulo, que maldice para mostrar que no lo conozca.  Tampoco a Pilato le importa que Jesús sea inocente.  Aunque indica a los judíos que no ha cometido ningún crimen, le entrega a la crucifixión.  La pena incluye una flagelación sangrienta y otra ronda de insultos de parte de los soldados romanos.


En la cruz las tinieblas encerrando a Jesús sólo se espesan. Tres grupos se lo presentan para burlarse de él – los viandantes, los sumos sacerdotes, y los hombres que están crucificados con él.  Aun la tierra se vuelve oscura evidentemente por una eclipsa del sol.  No hay ningún discípulo, ningún pariente, ningún “buen ladrón” para darle consuelo.  No es por nada que Jesús exclama: “Dios mío, Dios mío, ¿…por qué me has abandonado?”.


Por supuesto, no es el caso.  Dios ha estado acompañando a Su Hijo todo el tiempo.  Una vez que muere, actúa con la presteza. El velo del templo se rasga rindiendo el lugar inútil para hacer válidos los sacrificios de los judíos.  Un oficial romano da el último testimonio de Jesús: “De veras este hombre era Hijo de Dios”.  Finalmente, un justo le pide a Pilato el cadáver de Jesús para ponerlo en un sepulcro.


 La historia de la pasión de Jesús en el evangelio según San Marcos ayuda particularmente a la persona cuando siente sola y oprimida.  La persona muriendo de cáncer cuando tiene sólo cincuenta años se identifica fácilmente con Jesús en este relato.  Ciertamente los cristianos siendo perseguidos por el Estado Islámico sienten la desilusión de Jesús aquí.  Tal vez todos nosotros al menos una vez en la vida hemos sentido rechazados por la gente, despreciados por nuestros enemigos, y abandonados por nuestros amigos.  Cuando nos pasan estas calamidades, podríamos pensar en Jesús soportando todo el dolor pero siempre fiel a Dios.  Entonces qué esperemos la acción de Dios que va a llegar tan seguro como las lluvias en la primavera.  Él vendrá para aliviarnos del sufrimiento y para acogerse de nosotros en Su Reino.   Él se acogerá de nosotros en Su Reino.

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