El domingo, 4 de mayo de 2014


EL TERCER DOMINGO DE PASCUA, 4 de mayo de 2014

(Hechos2:14.22-33; I Pedro 1:17-21; Lucas 24:13-35)

¿Quo vadis?” es el título de una novela acerca de los antiguos cristianos.  La historia tiene lugar en Roma bajo un reino de terror.  En una escena san Pedro huye de la persecución de los cristianos en la ciudad.  Entonces encuentra a Jesús yendo al sentido opuesto.  Pedro le pregunta, “¿quo vadis, Domine?” que significa, “¿A dónde vas, Señor?”  Jesús contesta, “Voy para crucificarme de nuevo en Roma”.  Entonces Pedro, dándose cuenta de que él mismo debería estar en la ciudad con los otros cristianos, regresa a Roma.  Encontramos a los dos discípulos de Jesús en una situación semejante en el evangelio hoy.

No sabemos por seguro quienes sean estos discípulos.  Se llama uno de ellos Cleofás.  ¿Puede ser la otra María, la esposa de un Cleofás, que el evangelio de san Juan reporta como presente a la cruz con la madre de Jesús?  Entonces ¡serían un matrimonio! De todos modos, lo más llamativo aquí es que los dos están dejando Jerusalén.  Ha habido rumores que Jesús ha resucitado de la muerte -- un evento inaudito en la historia -- y ¡ellos están abandonando los paraderos!  A lo mejor su motivo es asegurar su propio bien aunque sea el momento de la victoria gloriosa de Jesús sobre la muerte. Desgraciadamente, a veces vemos a matrimonios actuando en una manera semejante.  Se alejan del día más maravilloso en sus vidas -- el día de su casamiento – por tratar a uno y otro más como competidor que “una sola carne”.  Hablan del “mío” y “tuyo” como si el compromiso de compartir todo fuera una broma.  Más importante que mantener afecto para uno y otro es tener la razón por sí mismo.

El amor matrimonial tiene que ser la entrega personal de modo que el bien de la esposa o esposo tenga prioridad sobre su propio.  Se vio este amor en el cuidado que una mujer tenía para su marido inválido hasta que murió el mes pasado.  Ella lo llevó a todas partes sacando la silla de ruedas del carro cuando llegaron a su destino.  Otro testimonio a este tipo del amor fue el profesor universitario que cuidaba a los niños mientras su esposa trabajaba como una alta ejecutiva para el Departamento del Estado en Washington.  Este amor refleja el amor de Jesús por su esposa, la Iglesia.  En el evangelio Jesús explica a los dos cómo las Escrituras dictan que sufriera para el bien del pueblo.  La pureza de sus motivos les hace latir los corazones con el ardor.

Los discípulos no se dan cuenta de quien sea su compañero hasta que estén juntos a la mesa.  Entonces Jesús les parte el pan, y ellos recuerdan cómo él ofreció a los apóstoles su cuerpo como comida tres noches anteriormente.  Ya lo perciben presente a ellos resucitado para fortalecer su amor.  Los matrimonios deberían participar en la Eucaristía con la misma conciencia.  Como es el signo del amor completo, la Eucaristía les lleva su compromiso al nivel más profundo.  No más van a tomar a uno y el otro por dado.  Más bien, van a comunicar al otro el cariño en la mañana, el aprecio al mediodía, y el agradecimiento en la noche.  Así tendrán la voluntad para recrear juntos, para criar a los niños juntos, y para dar homenaje a Dios juntos todos los días.

Parece como sueño, ¿no?  Y así será sin la comunidad de la fe.  Para la mayoría de gentes el idealismo – sea dejar de beber para el alcohólico o sea hacer ejercicio diario para los letárgicos -- se desvanece como humo en el aire si no tiene el apoyo.  La iglesia provee parejas con los mismos propósitos para ayudarles cumplir sus compromisos.  En el evangelio los discípulos, una vez que se da cuenta que Jesús realmente vive, corren en regreso a la comunidad.  Quieren apoyarse mutuamente en el proyecto de Jesús a llevar el Reino de su Padre a todas partes.

De vez en cuando se ve una pareja viniendo a recibir la Santa Comunión, no en fila sino hombro a hombro.  Para ellos más importante que mantener la costumbre de recibir la hostia solo es señalar cómo el amor les hace “una sola carne”.  “Cuerpo de Cristo”.  “Amén”.  “Cuerpo de Cristo”.  “Amen.”  Sí, Cristo es presente tanto en el amor matrimonial como en el Santísimo Sacramento.  Cristo es presente.

El domingo, 27 de abril de 2014


EL SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA

(Hechos 2:42-47; I Pedro 1:3-9; Juan 20:19-31)


“Dios no es muerto” es el título de un nuevo cine.  Tiene que ver con la pregunta si Dios existe o no.  Aunque podemos demostrar la existencia de Dios, muchos no lo aceptan.  De todos modos no podemos probar que Dios se comprenda de tres personas cada quien completamente Dios y completamente distinta de la otra.  No, tenemos que aceptar la Santísima Trinidad por la fe.  También se necesita de la fe para aceptar la resurrección de Jesús de la muerte.  Ciertamente hay los testimonios de los apóstoles pero no se ha duplicado el evento en la historia.  La segunda lectura hoy de la primera Carta de Pedro nos indica que cosa inestimable es la fe.

La fe es tanto un don de Dios y la respuesta humana.  Como don la fe nos llena con la esperanza de la felicidad eterna.  Esta meta da forma a todos nuestros motivos.  Ya no existimos para acumular el oro o para maximizar el número de cruzadas.  No, vivimos para acompañar a Jesucristo hacia la justicia de su Reino.  Para que no tropecemos en el camino, Dios nos provee con la prudencia señalándonos la elección correcta en cada bifurcación en el camino.  Como respuesta humana, la fe nos coloca entre la comunidad de creyentes que nos enseñan con su ejemplo y nos apoyan con su fervor.

Sin embargo, muchos de nosotros, como Tomás en el evangelio, experimentamos dudas cohibiendo la fe.  Creemos en Dios pero comenzamos a preguntarnos cuando, por ejemplo, parece que Dios no contesta nuestros rezos por un amigo sufriendo con cáncer.  Creemos en la resurrección de la muerte, pero nos preguntamos por qué no podemos  comunicarnos con los muertos.  ¿Qué podemos hacer?  En primer lugar tenemos que recordar que el pleno cumplimiento de la promesa de Cristo – la resurrección de la muerte – tendrá lugar sólo al final de los tiempos.  Entonces el alma reunirá con los restos – sean los propios huesos o la tierra en que desintegraron – para formar un cuerpo renovado para la eternidad.  Sí, creemos en la existencia del alma separada del cuerpo después de la muerte pero es como nosotros al levantarse en la mañana estamos apenas listos para salir afuera.

Más al caso, la vida de la comunidad representada por los santos nos suple la razón para seguir creyendo.  Cada año en el segundo domingo de la Pascua leemos de la parte de los Hechos de los Apóstoles donde se describe la vida de la antigua comunidad de Jerusalén.  Muestra cómo la gente expresa su fe con profundos hechos de auto-entrega.  Desde entonces la Iglesia siempre se ha distinguido por los santos.  Hoy mismo se declaran santos dos hombres que hemos conocido nosotros como extraordinarios en sus pensamientos y actos.  El papa Juan XXIII se dio cuenta que la Iglesia estaba estancada frente a los grandes interrogantes de la sociedad moderna: ¿Dónde está Dios mientras millones mueren en guerras?  ¿Qué tiene que ver la fe con la ciencia?  Aunque estaba en su vejez, tenía el valor de llamar el Segundo Concilio Vaticano para dar respuestas a estos interrogantes.  Los resultados han situado la Iglesia a trabajar por un mundo mejor con toda gente de buena voluntad.

Conocemos aún mejor los logros del papa Juan Pablo II: su devoción, su energía, su creatividad.  Como papa joven viajaba incansablemente demostrando al mundo entero el amor de Dios y la preocupación de la Iglesia.  Como viejo no se retiró de la escena sino se ofreció su propio rostro como signo de la dignidad de la persona desde la concepción hasta la muerte natural.  Como se dice de los milagros de Cristo al final del pasaje evangélico hoy, los hechos admirables del papa (ahora santo) Juan Pablo son muy numerosos para un libro.

Se dice que la fe es una carretera.  La viajamos siguiendo a Cristo, nuestro salvador.  Por ella pasamos la vida con sus muchas bifurcaciones del camino: nuestras preocupaciones y preguntas.  Pero no nos extraviamos porque estamos acompañados por los santos.  Ellos nos aseguran la llegada a nuestro destino, la felicidad eterna.  La fe nos lleva a la felicidad eterna.

El domingo, , 20 de abril de 2014


DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

(Hechos 10:34.37-43; Colosenses 3:1-4; Juan 20:1-9)


Recuerda Rocky.  Fue una película que estrenó hace treinta y pico años.  El protagonista era boxeador a quien le dieron la oportunidad a luchar para el campeonato.  Entonces comenzó a levantarse temprano para entrenarse.  La película le mostró corriendo en el mero centro de la ciudad sin tránsito ni ruido.  Pues, eran las cinco de la madrugada.  Asimismo el evangelio hoy comienza a una tal hora. 

El pasaje indica la hora de la salida de María Magdalena al sepulcro de Jesús por decir “estando todavía oscuro”.  Esta frase indica también la condición de la fe de María.  Como Nicodemo vino a Jesús con dudas cuando era noche, así la fe de María queda confusa.  Todavía no entiende lo que Jesús significaba cuando dijo: “Yo soy la resurrección y la vida” (11,25).  Pensando en su querido Señor como muerto, sólo quiere consolarse cerca de sus restos.  Nuestra fe a menudo experimenta la misma confusión después de un fuerte choque con la realidad.  Puede ser la muerte repentina de un pariente o la pérdida inesperada de nuestro empleo.   En lugar de recurrir a Dios para el apoyo, como María enfurruñamos en la desesperación.

En tal situación solemos a fijarnos en la negativa.  Hacemos acusaciones y echamos desprecios.  Decimos algo como: “¡Los ingratos! Me despidieron porque no reconocen mi cumplido aporte por diez años”.  Sentimos como un camarón siendo comido por un tiburón.  Así María Magdalena corre a los discípulos con una interpretación equivocada del sepulcro abierto.  Insinúa la intriga cuando dice: “’Se han llevado…al Señor’”.   En su manera de ver, los judíos, que siempre amenazaban a Jesús, ya le han hecho el último insulto por profanar sus restos. 

Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, corren al sepulcro.  Quieren verificar la historia de María, pero su prisa señala que están turbados.  A lo mejor piensan que si los judíos se han llevado el cuerpo de Jesús, entonces van a venir pronto buscando a ellos, sus discípulos.  Así nosotros nos hundimos más en la desesperanza.  Preguntas transcurren nuestras mentes como: “¿Ahora qué voy a hacer?” y “¿Cómo podré pagar la casa, el carro, y mi deuda escolar?”.

Sin embargo, dentro de poco comenzamos a ver posibilidades.  Puede ser el recuerdo de un amigo que nos ofreció empleo.  Pensamos que aun si ya no necesita ayuda, ella podría darnos otras pistas para encontrar trabajo.  Nos llenamos de esperanza de nuevo.  Es algo como lo que pasa al discípulo amado cuando se fija en los lienzos en el suelo y el sudario doblado.  De repente se da cuenta que Jesús dijo: “…yo doy mi vida para retomarla de nuevo” (10,17).  Ya sabe que es la verdad: ¡Jesús ha resucitado!

¿Por qué el discípulo que amaba el Señor cree cuando Pedro sigue en asombro?  Ciertamente Jesús ama a todos sus discípulos, pero este discípulo, innombrado en el evangelio, se aprovecha de su amor.  No se preocupa de cómo ganar la fama.  Más bien, se satisface con el hecho que Jesús le quiere.  Cree en el Señor como resucitado porque, sintiendo su amor, recuerda cómo dijo “no los dejaré huérfanos” (14,18).  Se dice que el amor es ciego, pero esto es el amor carnal.  El amor perfecto, el amor de Jesús, nos hace ver.  Es la dedicación de un maestro que no falla a sus alumnos sino que les hace tener la fe en sí mismos y en el valor del estudio.  Nosotros podemos aprovecharnos de este amor alumbrador de Jesús por dejar atrás el fingimiento de nuestra grandeza para hacer nuestra meta el cumplimiento de su voluntad.  No hay ninguna razón para angustiarnos; pues Jesús, que es más poderoso que nosotros, nos proveerá todo lo necesario.

Se reconoce la Pascua como la celebración de la vida con polluelos y conejos.  Pero estos animales no significan la vida regular con sus preguntas preocupantes como “¿Cómo voy a proveer lo necesario?”  No, los polluelos y los conejos representan la vida en abundancia, que es el amor de Dios conquistándonos la duda, la preocupación, y últimamente la muerte.  Hoy celebramos el amor conquistando la duda, la preocupación, y la muerte. 

El domingo, el 13 de abril de 2014


DOMINGO DE RAMOS DE LA PASIÓN DEL SEÑOR

(Isaías 50:4-7; Filipenses 2:6-11; Mateo 26:14-27:66)


En un poema una pareja está rezando juntos el rosario.  Ella dice: "Dios te salve, María...bendita eres entre todas mujeres y bendito es el fruto de tu vientre Jesús."  Él responde: "Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén".  Entonces el poema explica que el hombre se le muere.  La mujer sigue rezando como siempre: "Dios te salve, María,..." Pero esta vez nadie le responde nada.  Sólo hay la soledad callada. La pasión de Jesús según san Mateo que acabamos de escuchar nos asegura que el Señor conoce esta soledad, y la redime.

Cada relato de la pasión es distinto.  El año pasado la pasión según San Lucas nos mostró la bondad de Jesús cuando, por ejemplo, pide misericordia por sus verdugos.  Siempre al Viernes Santo el evangelio según San Juan nos presenta a Jesús reinando en la cruz mientras forma una nueva familia, la Iglesia. La pasión de San Mateo y la de San Marcos destacan el sufrimiento tanto psicológico como físico de Jesús.  Desde el momento en que Jesús señala a Judas como el traidor, tenemos un sentido de  su aislamiento. Este sentimiento crece en Getsemaní dónde está de bruces contra el suelo pidiendo a su Padre Dios que le quite la prueba que lo enfrenta si es posible. 

La desolación no se alivia tampoco durante los juicios.  Ante el sanedrín ¿podría ser algo más humillante que ser golpeado y escupido como profeta falso después de dar un testimonio completamente veraz? Aunque Pilato le muestra alguna comprensión, últimamente el procurador romano traiciona su conciencia para aplacar a la muchedumbre.  Por supuesto, es en la cruz donde el aislamiento de Jesús alcanza su culminación.  Tres grupos distintos - los viandantes, los líderes judíos, y los otros ladrones (no hay un "buen ladrón" en este evangelio) - lo desprecian.  El medioambiente refleja lo sombrío de su situación con una eclipsa del sol. Al añadir insulto a injuria, ofrecen a él en agonía vinagre de beber.  No es por nada que Jesús muere con la pregunta, "'¿Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?'" en sus labios.

¿Qué significan estas palabras?  Vale la pena considerarlas por un ratito.  Son las primeras palabras del Salmo 22 que termina con el salmista alabando a Dios.  Pero no es probable que Jesús repita estas palabras aquí con la confianza.  Lo significativo es que no más se dirige a Dios como Padre.  Es como te sientes cuando te desconocen tu hijo y nuera después de que te has agotado tratando de complacerlos.  Sin embargo, no se puede decir que Jesús esté  rechazando a Dios. Al contrario, está rezando aunque con la desilusión.  Así muere.  

Entonces Dios Padre se muestra como haber estado atento a toda la ordalía de Su Hijo.  El soldado romano proclama a Jesús "'Hijo de Dios'".  Aún más impresionante un temblor sacude la tierra despertando a los justos de la muerte.  Vemos que todo el dolor que ha experimentado Jesús -- ambos psicológico y físico - no ha sido en vano sino merece la salvación. 

La pasión de Jesús según san Mateo debería apoyar a todos nosotros cuando sentimos aislados, malentendidos, o injustamente perseguidos.  Puede ser con la muerte de un ser querido o tal vez después de un divorcio en que fuimos traicionados.  Nos asegura que Dios nos acompaña a través de estas pruebas aun si no hemos podido reaccionar a la desgracia con honor completo.  Está con nosotros convirtiendo nuestra tragedia en la esperanza, nuestras lágrimas en suspiros de alivio.  Dios está con nosotros.