El domingo, 14 de diciembre de 2014



El Tercer Domingo de Adviento

(Isaías 61:1-2.10-11; I Tesalonicenses 5:16-24; Juan 1:6-8.19-28)

Se puede ver el Evangelio según San Juan como un juicio largo con Jesús como el acusado.  Al menos en los primeros diecinueve capítulos los judíos y últimamente Pilato andan buscando evidencia para ejecutarlo.  Se lo ve antes del discurso del pan de la vida cuando los judíos piden una señal de Jesús.  También está presente en la interrogación del hombre a lo cual Jesús restauró la vista.  En el evangelio hoy el primer testigo del juicio da su testimonio en favor de Jesús.  Juan Bautista dice que él mismo no es el Mesías sino uno que viene detrás de él.  Por decirlo, Juan nos da un ejemplo.

Cuando éramos chiquillos, nuestros padres nos dijeron que el mundo no revolvía alrededor de nosotros.  En otras palabras, no somos las personas más importantes ni en nuestras familias, mucho menos en el mundo entero.  Desgraciadamente, no siempre hemos recordado esa lección.  A veces nos comportamos como si todos debieran hacernos caso, como si fuéramos el Mesías.   Sí, estamos creados en la imagen de Dios para cumplir su voluntad, pero la salvación del mundo no depende de nosotros.  Cuando se ordenó Josef Ratzinger, el papa Benedicto, como sacerdote, los ciudadanos de su pueblo tenían una gran fiesta.  Estaban agradecidos a Dios que el don de la misa continuara en su país.  Escribe el papa Benedicto que durante la procesión él tenía que contarse a sí mismo: “Esto no es de ti, Josef, no es de ti”. 

Así deberíamos recordarnos a nosotros mismos cuando nos aplauden por el trabajo que hemos hecho con la ayuda de un equipo: “No es de ti, Carmelo, no es de ti”.  No, es del grupo a decir nada de nuestros padres, maestros, y amigos que nos han hecho las personas que somos.  Y cuando pensamos que el propósito de Navidad es para complacer a los otros y ser complacidos: “No es de ti, María, no es de ti”.  No, el propósito de la Navidad es recordarnos que Jesús ha llegado para salvarnos de nuestra tontería.  Ejemplos de ella abundan.  Recientemente se ha hecho la moda enviar textos con no sólo palabras de la intimidad sino fotos de partes privadas.  Jesús nos ha salvado de eso también.

No es simplemente por predicar la moral que Jesús nos salva.  Más bien, es su entrega a la voluntad de su Padre Dios para proclamar Su amor que resultó en el evento pascual que nos hace libres de pecado.  Con este acto nos enseña el significado del amor que nos hace en personas dignas de la vida eterna.  Por eso, Juan puede decir con toda honestad de Jesús: “…no soy digno de desatarle las correas de sus sandalias”. 

Jesús nos llama a apropiarnos de su amor.  Quiere que hagamos los sacrificios de placer, plata, y prestigio para dar a nuestra familia el mejor apoyo posible.  Algunas veces el sacrificio exige que sigamos en el matrimonio aunque hayamos perdido el afecto para nuestra pareja.  Como dice la doctora Laura de la fama de radio el matrimonio no es sólo de los cónyuges sino es de los hijos también.  Los niños necesitan a los dos padres ahora más que nunca.  Seguir en una relación íntima sin gran afecto puede comprender una cruz pesada.  Pero la llevamos al lado del Salvador quien nos presta una mano para sostenerla.

Una vez un predicador mexicano-americano rezó en español en la junta del consejo de una ciudad.  El alcalde le dijo después que no comprendió ni una palabra de su oración.  El predicador le respondió que estaba bien, que él no hablaba a él sino a Dios.  Es así con la Navidad.  Su propósito no es en primer lugar para complacer a nosotros sino a reconocer que el Salvador ya ha llegado.  La Navidad es para reconocer la llegada del Salvador.

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