El Tercer Domingo de Adviento
(Isaías
61:1-2.10-11; I Tesalonicenses 5:16-24; Juan 1:6-8.19-28)
Se puede
ver el Evangelio según San Juan como un juicio largo con Jesús como el acusado.
Al menos en los primeros diecinueve capítulos
los judíos y últimamente Pilato andan buscando evidencia para ejecutarlo. Se lo ve antes del discurso del pan de la
vida cuando los judíos piden una señal de Jesús. También está presente en la interrogación del
hombre a lo cual Jesús restauró la vista.
En el evangelio hoy el primer testigo del juicio da su testimonio en
favor de Jesús. Juan Bautista dice que
él mismo no es el Mesías sino uno que viene detrás de él. Por decirlo, Juan nos da un ejemplo.
Cuando
éramos chiquillos, nuestros padres nos dijeron que el mundo no revolvía
alrededor de nosotros. En otras
palabras, no somos las personas más importantes ni en nuestras familias, mucho
menos en el mundo entero. Desgraciadamente,
no siempre hemos recordado esa lección. A
veces nos comportamos como si todos debieran hacernos caso, como si fuéramos el
Mesías. Sí, estamos creados en la
imagen de Dios para cumplir su voluntad, pero la salvación del mundo no depende
de nosotros. Cuando se ordenó Josef
Ratzinger, el papa Benedicto, como sacerdote, los ciudadanos de su pueblo
tenían una gran fiesta. Estaban
agradecidos a Dios que el don de la misa continuara en su país. Escribe el papa Benedicto que durante la
procesión él tenía que contarse a sí mismo: “Esto no es de ti, Josef, no es de
ti”.
Así
deberíamos recordarnos a nosotros mismos cuando nos aplauden por el trabajo que
hemos hecho con la ayuda de un equipo: “No es de ti, Carmelo, no es de ti”. No, es del grupo a decir nada de nuestros
padres, maestros, y amigos que nos han hecho las personas que somos. Y cuando pensamos que el propósito de Navidad
es para complacer a los otros y ser complacidos: “No es de ti, María, no es de
ti”. No, el propósito de la Navidad es
recordarnos que Jesús ha llegado para salvarnos de nuestra tontería. Ejemplos de ella abundan. Recientemente se ha hecho la moda enviar
textos con no sólo palabras de la intimidad sino fotos de partes privadas. Jesús nos ha salvado de eso también.
No es
simplemente por predicar la moral que Jesús nos salva. Más bien, es su entrega a la voluntad de su
Padre Dios para proclamar Su amor que resultó en el evento pascual que nos hace
libres de pecado. Con este acto nos
enseña el significado del amor que nos hace en personas dignas de la vida
eterna. Por eso, Juan puede decir con
toda honestad de Jesús: “…no soy digno de desatarle las correas de sus
sandalias”.
Jesús
nos llama a apropiarnos de su amor. Quiere
que hagamos los sacrificios de placer, plata, y prestigio para dar a nuestra
familia el mejor apoyo posible. Algunas
veces el sacrificio exige que sigamos en el matrimonio aunque hayamos perdido
el afecto para nuestra pareja. Como dice
la doctora Laura de la fama de radio el matrimonio no es sólo de los cónyuges
sino es de los hijos también. Los niños
necesitan a los dos padres ahora más que nunca.
Seguir en una relación íntima sin gran afecto puede comprender una cruz
pesada. Pero la llevamos al lado del
Salvador quien nos presta una mano para sostenerla.
Una vez
un predicador mexicano-americano rezó en español en la junta del consejo de una
ciudad. El alcalde le dijo después que
no comprendió ni una palabra de su oración.
El predicador le respondió que estaba bien, que él no hablaba a él sino
a Dios. Es así con la Navidad. Su propósito no es en primer lugar para
complacer a nosotros sino a reconocer que el Salvador ya ha llegado. La Navidad es para reconocer la llegada del Salvador.
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