El domingo, 16 de noviembre de 2014



EL TRIGÉSIMO TERCER DOMINGO ORDINARIO

(Proverbios 31:10-13.19-20.30-31; I Tesalonicenses 5:1-6; Mateo 25:14-30)

Es tiempo para preparar nuestras listas de Navidad.  ¿Qué vamos a regalar a mamá?  Y a nuestra hermana, ¿qué le gustaría?  Y para la persona más significante en nuestra vida, ¿qué le señalaría nuestro afecto?  Desde que estamos pensando en regalos, quisiéramos considerar los dones de Dios para nosotros.  ¿Cuáles de sus dones pondríamos encima de esta lista?

Ciertamente agradecemos a Dios por la vida.  Sin ella no podríamos experimentar nada.  Otro don de Dios en un sentido más grande aún es el Señor Jesús.  Aunque vivió en la tierra hace dos mil años, nos guía hoy como un camino a través del bosque.   Todavía otro beneficio superior de parte de Dios es la libertad.

Por decir “la libertad” no estamos pensando en primer lugar de no tener a guardias vigilándonos.  Sería difícil vivir en todo momento bajo de la autoridad de otro, pero la libertad que tenemos en cuenta es más profunda que quitarnos de vigilantes.  La libertad tampoco es tener muchas selecciones.  ¿Quién diría que somos libres porque hay más que cincuenta tipos de cereales entre los cuales podemos escoger en el supermercado?  Si la libertad fuera sólo tener muchas selecciones, podríamos pensar en mil cualidades más valiosas. 

No, por la libertad significamos la capacidad de ser las personas que queremos ser.  Es tener el poder de desarrollar las virtudes para que no seamos cautivos de nuestras pasiones.  El hombre que ha dejado de beber por practicar la templanza es libre.  También es la mujer que ha formado la fortitud para decir a su marido que él debe tomar un papel activo en la crianza de los niños.  Por la libertad no estamos determinados a ser enojados porque nuestros vecinos son descuidados.  Más bien la libertad nos permite a levantarnos sobre los vicios para tratar a todos como Dios manda. 

Sí, es cierto que nuestras situaciones en la vida pueden limitar la libertad.  Los jóvenes de familias cariñosas van a ser más libres para tener vidas de bondad que aquellos de familias mezquinas con el amor.  Pero al fin de cuentas por la libertad nadie es completamente víctima de sus origines.  Al contrario, todos somos sujetos de nuestro propio destino.

Deberíamos considerar los talentos en el evangelio como porciones de la libertad.  Como el hombre de viaje da a cada siervo dinero, Dios nos proporciona a nosotros la libertad básica.  Dos siervos se aprovechan del regalo para doblar el tesoro de su patrón.  Son como nosotros cuando dejamos la tele una noche cada quince para participar en el grupo visitando la prisión.  Pero el tercero por miedo va a la segura de modo que sólo devuelva al hombre lo que él le dio.  No por miedo sino por pereza, algunos de nosotros no utilizamos la libertad para aumentar la gloria de Dios.  Desgastamos nuestros talentos en la búsqueda de vanidades, sea revisando las páginas de “amigos” en Facebook o leyendo novelas románticas. 

“La libertad no es libre” les gusta decir a los políticos promoviendo grandes presupuestos militares.  Tienen razón pero no necesariamente en el modo que piensen.  La libertad no es libre porque cuesta desarrollar la virtud para aprovechársela.  Pues la libertad no es tanto la liberación de fuerzas opuestas como la dominación de las fuerzas dentro de nosotros.  Por la libertad dominamos las fuerzas que nos desvían del camino de Dios.  Por la libertad llegamos a Dios.

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