El domingo, 14 de septiembre de 2014



LA EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ

(Números 21:4-9; Filipenses 2:6-11; Juan 3:13-17)

Hagamos un experimento.  ¿Qué es una cruz?  Todo el mundo piensa que sabe bien lo que es.  Es la intersección de dos líneas perpendiculares, ¿no lo diríamos?   Sin embargo, en el sentido original la palabra tiene otro significado.  Cruz en el griego, el lenguaje del Nuevo Testamento, es stauros.  Quiere decir estaca en la tierra a menudo usada para la tortura.  Los romanos mandaban a los criminales que llevaran el travesaño a la estaca para fijárselo.  Por esta razón siempre pensamos en la cruz como dos palos intersecándose.  Pero al principio la cruz era sólo una estaca en la tierra.

Una revista recientemente tuvo la foto de una silla eléctrica.  Dijo la leyenda que ella fue usada en Texas para ejecutar a más que tres ciento personas.  Parece ahora como algo espantosa con todo el equipo para inyectar al criminal con el corriente eléctrico. Pero se puede imaginar cómo se consideraba como una innovación misericordiosa hace cien años.  Pues ultimó a los criminales rápidamente.  No tenían que colgar quince minutos como en el ahorcamiento muriendo por falta de aire.  Si lo creen o no, los dos métodos representan grandes mejoramientos a la crucifixión.   En ella el ejecutado tuvo que sufrir horas a veces sangrándose a muerte.  Sin duda la crucifixión sería denunciada hoy día como pena “cruel e inusual”.

Sin embargo Jesús aceptó la crucifixión en obediencia a la voluntad de su Padre Dios.  No es que Dios quisiera la muerte brutal para su Hijo. De ningún modo.  Quería sólo que Cristo fuera al mundo para enseñar sus modos del amor.  De esta manera Dios haría a los humanos en sus hijos de verdad.  Como dice el evangelio hoy: “…tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él…tenga la vida eterna”.

Desgraciadamente la raza humana no podía aguantar tanta bondad.  Mató a Cristo por una conspiración entre el pueblo judío, la autoridad romana, y cada  persona de la historia incluso nosotros.  Lo colgamos a la cruz mostrando a toda creación el extenso de nuestra maldad. Pero como el caso de las serpientes en el libro de los Números, pasó algo maravilloso. 

En Números los israelitas se quejaban de las provisiones que Dios les dio.  Habían olvidado de la liberación de la esclavitud que realizaron por la mano de Dios.  Para enseñarles su error, Dios les mandó serpientes venenosas.  Sin embargo, después de que la gente se arrepintió, la imagen de una serpiente levantada en un palo tuvo un efecto curativo. Sólo la gente tenía que mirar la imagen para ser curada de las mordidas de serpiente.

Así cuando miramos con la fe a Jesús colgado en la cruz, estamos salvados de la maldad inherente.  No es que la salvación venga estrictamente del crucifijo.  No, antes de que hubiera crucifijos en la Edad Media, se posibilitaba la superación de la maldad.  Resulta ella de nuestro reconocimiento del pecado mientras nos comprometemos a seguir a Jesús.  Él nos formará en verdaderos hijas e hijos de Dios Padre.

Miremos por un momento la cruz de Cristo: la forma, no el crucifijo.  ¿Qué vemos? ¿Sólo dos líneas intersectándose? No exactamente; al menos podemos describir el objeto con mayor preciso. Vemos una línea intersectándose con una línea más corta.  La línea corta representa el mundo con todas sus limitaciones.  La línea más larga representa a Cristo que nos salva de nuestros errores.  Es Jesús que nos realiza la distancia larguísima entre nosotros y Dios.  Que lo sigamos a Jesús.

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