El domingo, 27 de abril de 2014


EL SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA

(Hechos 2:42-47; I Pedro 1:3-9; Juan 20:19-31)


“Dios no es muerto” es el título de un nuevo cine.  Tiene que ver con la pregunta si Dios existe o no.  Aunque podemos demostrar la existencia de Dios, muchos no lo aceptan.  De todos modos no podemos probar que Dios se comprenda de tres personas cada quien completamente Dios y completamente distinta de la otra.  No, tenemos que aceptar la Santísima Trinidad por la fe.  También se necesita de la fe para aceptar la resurrección de Jesús de la muerte.  Ciertamente hay los testimonios de los apóstoles pero no se ha duplicado el evento en la historia.  La segunda lectura hoy de la primera Carta de Pedro nos indica que cosa inestimable es la fe.

La fe es tanto un don de Dios y la respuesta humana.  Como don la fe nos llena con la esperanza de la felicidad eterna.  Esta meta da forma a todos nuestros motivos.  Ya no existimos para acumular el oro o para maximizar el número de cruzadas.  No, vivimos para acompañar a Jesucristo hacia la justicia de su Reino.  Para que no tropecemos en el camino, Dios nos provee con la prudencia señalándonos la elección correcta en cada bifurcación en el camino.  Como respuesta humana, la fe nos coloca entre la comunidad de creyentes que nos enseñan con su ejemplo y nos apoyan con su fervor.

Sin embargo, muchos de nosotros, como Tomás en el evangelio, experimentamos dudas cohibiendo la fe.  Creemos en Dios pero comenzamos a preguntarnos cuando, por ejemplo, parece que Dios no contesta nuestros rezos por un amigo sufriendo con cáncer.  Creemos en la resurrección de la muerte, pero nos preguntamos por qué no podemos  comunicarnos con los muertos.  ¿Qué podemos hacer?  En primer lugar tenemos que recordar que el pleno cumplimiento de la promesa de Cristo – la resurrección de la muerte – tendrá lugar sólo al final de los tiempos.  Entonces el alma reunirá con los restos – sean los propios huesos o la tierra en que desintegraron – para formar un cuerpo renovado para la eternidad.  Sí, creemos en la existencia del alma separada del cuerpo después de la muerte pero es como nosotros al levantarse en la mañana estamos apenas listos para salir afuera.

Más al caso, la vida de la comunidad representada por los santos nos suple la razón para seguir creyendo.  Cada año en el segundo domingo de la Pascua leemos de la parte de los Hechos de los Apóstoles donde se describe la vida de la antigua comunidad de Jerusalén.  Muestra cómo la gente expresa su fe con profundos hechos de auto-entrega.  Desde entonces la Iglesia siempre se ha distinguido por los santos.  Hoy mismo se declaran santos dos hombres que hemos conocido nosotros como extraordinarios en sus pensamientos y actos.  El papa Juan XXIII se dio cuenta que la Iglesia estaba estancada frente a los grandes interrogantes de la sociedad moderna: ¿Dónde está Dios mientras millones mueren en guerras?  ¿Qué tiene que ver la fe con la ciencia?  Aunque estaba en su vejez, tenía el valor de llamar el Segundo Concilio Vaticano para dar respuestas a estos interrogantes.  Los resultados han situado la Iglesia a trabajar por un mundo mejor con toda gente de buena voluntad.

Conocemos aún mejor los logros del papa Juan Pablo II: su devoción, su energía, su creatividad.  Como papa joven viajaba incansablemente demostrando al mundo entero el amor de Dios y la preocupación de la Iglesia.  Como viejo no se retiró de la escena sino se ofreció su propio rostro como signo de la dignidad de la persona desde la concepción hasta la muerte natural.  Como se dice de los milagros de Cristo al final del pasaje evangélico hoy, los hechos admirables del papa (ahora santo) Juan Pablo son muy numerosos para un libro.

Se dice que la fe es una carretera.  La viajamos siguiendo a Cristo, nuestro salvador.  Por ella pasamos la vida con sus muchas bifurcaciones del camino: nuestras preocupaciones y preguntas.  Pero no nos extraviamos porque estamos acompañados por los santos.  Ellos nos aseguran la llegada a nuestro destino, la felicidad eterna.  La fe nos lleva a la felicidad eterna.

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