El domingo, 4 de noviembre de 2012

EL XXXI DOMINGO ORDINARIO


(Deuteronomio 6:2-6; Hebreos 7:23-28; Marcos 12:28-34)

  
“Cogito, ergo sum.” ¿Estas palabras suenan poderosas?  Tal vez no las entienden. Pues, es una frase latín. “Cogito, ergo sum” significan, “Pienso, por lo tanto existo”.  Parecen de poca consecuencia, ¿no? Pero con estas tres palabritas del francés Rene Descartes se cambió la trayectoria de la filosofía occidental.  En la primero lectura hoy se encuentra otra frase que ha tenido impacto aún más enorme.


“Shema Yisrael Adonai Elohayu Adonai Echad”. “Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor”. Estas palabras son del Antiguo Testamento, pero se les dirigen a nosotros tanto como a los judíos.  Pues, como señala el Vaticano II, nosotros cristianos somos “el nuevo Israel”.  El famoso Shema continua con lo que Jesús llama el primer mandamiento: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, y con todas tus fuerzas”.


 Todo año en una misa dominical la Iglesia nos presenta un evangelio exhortándonos a amar a Dios sobre todo y amar al prójimo  como a nosotros mismos.  ¡El amor es tan céntrico al seguimiento de Jesús!  Deberíamos examinar nuestras conciencias diariamente para determinar cómo hemos cumplido estas exigencias.  A lo mejor tenemos alguna idea cómo amar al prójimo.  Pues, es sólo tratar a él o ella como queremos ser tratados.  Pero ¿cómo hemos de amar a Dios “con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, y con todas tus fuerzas”? Que veamos con lupa cada una de estas facultades para que no nos falte a darle a Dios su debido.

 
Amar a Dios “con todo tu corazón” es amarlo sin división; eso es, amar a Dios sin amar a algo que sea contrario a Dios.  No se puede decir que amemos a Dios con todo corazón si buscamos la intimidad sexual con personas que no son nuestro esposo.  Una vez la Madre Teresa dijo que su corazón “pertenece sólo a Jesús”.  Debemos tratar de imitar a ella.  Esto no quiere decir que amemos a Dios y seamos antipáticos o aun indiferentes para con todos los demás.  Si fuera posible un amor tan exclusivo, ¡no sería el amor para Dios!  Como dice la primera carta de san Juan, “Si no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (I Juan 4,20).

 
El alma es la sede de la vida sobrenatural.  Amar a Dios “con todo tu alma” significa amarlo para alcanzar la vida eterna que sólo Él puede darte.  Algunos preguntarán si realmente es amor si el motivo del afecto contiene algo para nuestro propio beneficio.  Pero ciertamente pensar de tal manera niega el complejo de la personalidad humana.  Está bien amar al otro para ganar algo bueno si nuestro propósito no es explotar a la persona por la auto-satisfacción. Hay un poema lindo que dice: “Te amo no sólo por quien eres, sino también por quien soy yo cuando estoy contigo”.  Amamos a Dios porque nos cumple nuestras necesidades de hoy, y nos promete la vida eterna mañana.

 
Cuando amamos a Dios con toda la mente, buscamos a saber de Él en cuanto posible.  Leemos la Biblia y otra literatura religiosa.  Investigamos las grandes cuestiones de la fe, tal como: ¿Por qué Dios tolera grandes males? y ¿Qué piensa Dios de gentes de otras religiones?  Quizás hayamos oído el lema promoviendo las escuelas públicas: “Es terrible el desgaste de una mente”. Ahora muchos adultos desgastan sus mentes viendo la televisión cuatro horas por día.  Amar a Dios puede significar apagar la tele para leer, pensar, y compartir con otras de Él.
 

El papa Benedicto nos recuerda en su primera encíclica que se muestra el afecto para Dios por la voluntad de sacrificarse por él.  La Iglesia nos manda que nos abstengamos de carne el Miércoles de Ceniza y todos los viernes de Cuaresma.  Esto es un sacrificio pequeño que no consume mucha fuerza.  Un sacrificio más grande para los matrimonios sería que sigan la enseñanza de la Iglesia prohibiendo el uso de anticonceptivos.  Para muchas parejas eso necesitaría toda la fuerza.  Todos nosotros podemos mostrar la fuerza del amor para Dios por conversar continuamente con Él en la oración.

 
En las introducciones de su evangelio y los Hechos de los Apóstoles, san Lucas se dirige a un cierto “Teófilo”.  Es posible que tenga en cuenta a un conocido, pero también puede estar pensando en todos nosotros.  Pues, “Teófilo” quiere decir “amante de Dios”.  Y todos nosotros lo amamos, al menos un poquito.  Ahora que hagamos el esfuerzo para amarlo “con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, y con todas tus fuerzas.


El domingo, 28 de octubre de 2012

EL XXX DOMINGO ORDINARIO

(Jeremías 31:7-9; Hebreos 5:1-6; Marcos 10:46-52)
La novela no es como Halloween.  Es realmente espantosa.  Tiene lugar al final de la Segunda Guerra Mundial.  Las Fuerzas Aliadas acaban de liberar a los judíos en los campamentos de concentración.  Los soldados ven en el camino figuras como sombras. Tienen que mirar una segunda vez antes de creer que son personas humanas. Pues, la hambruna experimentada en los campos ha reducido a los hombres y mujeres judías a piel y huesos. Encontramos a los israelitas en una situación semejante en la primera lectura. Quizás no sean tan descarnados pero andan con el mismo asombro de un pueblo agotado.

La lectura se toma del libro del profeta Jeremías. Él profetizó en el final del séptimo siglo antes de Cristo. Josías, un rey justo, restablecía los confines del país que había fijado el gran rey David. Ya la anteriormente todopoderosa Asiria se derrotó permitiendo la liberación de los exiliados de Israel. Los liberados – los ciegos tanto como los ojos de lince, los cojos tanto como los sanos -- se apresuraban a volverse a Israel.  Parece que todo el mundo quería servir al rey ascendiente.  A lo mejor pensaban que Josías fuera el Mesías prometido a David en una profecía.  Él aprendería los modos de Dios y tendría un reino sin término.  No más habría reyes que practicaran la idolatría de modo que Dios no les ayudara defender al pueblo.



Sin embargo, Josías no iba a vivir mucho más tiempo. Aunque fuera la esperanza de Israel, murió en una batalla con Egipto después de la liberación de Asiria.  Una vez más Israel tenía que aguantar los ultrajes de reyes caprichosos y someterse a poderes extranjeros.  La última calamidad vino dentro de cincuenta años.  Los caldeos bajo el rey Nabucodonosor conquistaron Judá deportando a muchos del pueblo de Jerusalén.  Tener a un rey militar asegurando el bien eterno del pueblo por la fuerza se probó como una fantasía.  Pues, Dios tenía en cuenta otro tipo de líder: no uno llevando espada, sino entregándose a sí mismo completamente a Su voluntad.

Desgraciadamente, muchos hoy día siguen fiándose de los poderosos.  Sea el poder de armas o el poder de votos, ser número uno depende más en quienes y cuantos uno pueda derribar que en quienes y cuantos pueda levantar del polvo.  Es realmente triste ver tanta publicidad de ataque en las campañas políticas.  Y, por supuesto, la violencia domina el entretenimiento.  También lamentable es lo largo la gente irá para ganar a otras personas en la vida diaria.  Si o no se le juzga a Lance Armstrong culpable, sabemos que las drogas afectan los deportes aun en nuestras secundarias.  Y por el deseo de sacar las notas más altas, los muchachos normales toman píldoras que se les recetan a aquellos estudiantes con desórdenes para aumentar la concentración.

La fascinación con los poderosos no se encuentra en el evangelio.  Jesús camina de pueblo a pueblo curando a los enfermos y predicando el Reino de Dios.  En el pasaje hoy él hace más caso al ciego que le pide socorro que a los muchos que lo acompañan.  Cuando le conceda la vista, Bartimeo muestra la comprensión de los modos evangélicos.  En lugar de deleitarse, él se pone en marcha siguiendo a Jesús.  Como Bartimeo nosotros somos gente con nuevo modo de ver.  Con la fe vemos en la paciencia y caridad de Jesús todo el poder de Dios.  Un hombre relata cómo él conoció la caridad de Jesús.  Como joven se enredó en las drogas y terminó enojado en la prisión.  Allá se burlaba a los servicios religiosos aunque los iba para conseguir un período de descanso. Dice que nunca jamás se habría confesado sus pecados, pero un día antes de que tuviera oportunidad de salir la capilla, hicieron la cuenta.  Él tuvo que volver a donde estaba el sacerdote lo cual le preguntó por qué nunca se confesó.  Ese día el prisionero se encontró a Jesús en el sacramento de Penitencia y le dio la vuelta a su vida.  Salió de la prisión, comenzó a trabajar, se casó y ahora es ciudadano modelo enviando a sus niños a la escuela católica.

Ahora estamos casi en las vísperas de Halloween.  Tal vez no hayamos escogido nuestro disfraz.  En lugar de ser sombra o soldado este año, ¿por qué no nos ponemos la paciencia y caridad de Jesús?  Tendríamos una nueva manera de ver.  Seríamos realmente sus discípulos.




El domingo, 21 de octubre de 2012

EL XXIX DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 53:10-11; Hebreos 4:14-16; Marcos 10:35-45)
 
¿Quién es Flash Gordon? A lo mejor los jóvenes no lo conocen.  Aun los adultos no lo recuerdan bien.  Pero los mayores sí, lo reconocen como el héroe de un serial de cine cuando eran niños.  En ese época todo el mundo fue al cine cada sábado para ver el cine principal y un serial destacando un héroe como Flash Gordon.  Podemos ver los evangelios de la misa dominical por estas últimas semanas como un serial destacando, por supuesto, al Señor Jesús.

Entre el final del evangelio del domingo pasado y el principio de la lectura evangélica hoy, quedan tres versículos que dan el contexto de la historia.  Dicen que Jesús ha emprendido la subida a Jerusalén.  Quiere ir allá porque queda en Jerusalén el Templo, el sitio del encuentro del judío con Dios.  Jesús sabe que va a sufrir en sus entornos, pero también se da cuenta de que su destino es entregarse a sí mismo por el pueblo. Sus discípulos lo siguen a Jerusalén pensando en otra cosa.  Creyendo en Jesús como el Mesías, ellos anticipan que él tome posesión allá del trono de David.  Nosotros nos integramos en su compañía, no porque tengamos la fantasía de los discípulos a este momento, sino porque Jerusalén nos representa el cielo que anhelamos.

Sin embargo como para un Cristóbal Colón en su viaje a América hay diferentes vientos que pueden desviarnos de la meta.  Son el placer, la plata, y el prestigio que nunca parecen desvanecer.  Como si fuera un serial, los evangelios de los últimos domingos examinan cada uno de estos vicios universales.  Hace dos semanas escuchamos cómo los fariseos prueban a Jesús con la pregunta sobre el divorcio.  En su respuesta Jesús expone el propósito de la intimidad sexual; eso es, unir a un hombre con una mujer para que formen familia hasta la muerte.  Las relaciones íntimas fuera del matrimonio para el placer o cualquier otro motivo traicionan este plan del Creador. 

El domingo pasado Jesús advierte que las riquezas a menudo perjudican la búsqueda de la vida eterna.  Reta al rico que viene en búsqueda de la vida eterna a dar su dinero a los pobres y seguirlo.  Algunos limitarían este consejo al hombre que se le acude a Jesús en el pasaje evangélico.  Sin embargo, a lo mejor Jesús tiene en cuenta a todas personas con recursos disponibles.  Pues, añade: “¡qué difícil es para los que confían en las riquezas entrar el Reino!”  Quiere que utilicemos al menos parte de nuestros recursos por el bien de los pobres en lugar de comprar televisores de un metro de ancho para cada cuarto de la casa.

Hoy Jesús trata de otro viento contrario a nuestro destino.  Aunque parece como pecadillo, tal vez el prestigio sea la tentación más perniciosa de todas porque toca el espíritu que no se corrige fácilmente.  Puede llevar a la persona a un desdén para los humildes y un desamor para todos.  Cuando Santiago y Juan piden a Jesús que les ponga a su mano derecha y su mano izquierda, Jesús tiene dirigirse a la raíz del vicio.  Les instruye que como él, los discípulos son para servir y no ser servidos.  Podemos mirar a los papas como ejemplos.  En el siglo VI el papa san Gregorio Magno se identificó a sí mismo como “el Siervo de los siervos de Dios”.  Ciertamente los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI han dado testimonio a este título.  Pues, en su vejez cuando muchos de sus contemporáneos están contentos en el jubileo, ellos han seguido trotando por el mundo llevando la gracia de Cristo.

Que miremos un poco adelante al evangelio del domingo próximo para concluir el serial.  Vamos a ver a Jesús curando al mendigo ciego Bartimeo.  En lugar de desviarse un centímetro para ver cualquier atracción, Bartimeo se pone a sí mismo inmediatamente en las huellas de Jesús.  Jesús nos indicará el motivo de esta muestra de discipulado cuando le dice: “Tu fe te ha salvado”.  También para nosotros es la fe en Jesús que nos capacita a seguirlo a pesar de las seducciones de placer, plata, y prestigio.

Hoy es domingo mundial de las misiones.  Que miremos un poco a los miles de misioneros trotando por el mundo llevando la gracia de Cristo.  Han dejado placer, plata, y prestigio para darse a sí mismos, en muchos casos, al bien de los pobres.  Sirven a nosotros también como ejemplos del discipulado de Cristo.  Sí, los misioneros nos sirven como ejemplos del discipulado.


El domingo, 14 de octubre de 2012

EL XXVIII DOMINGO ORDINARIO
 

(Sabiduría 7:7-11; Hebreos 4:12-13; Marcos 10:17-30)
 
 
Alguien está tocando la puerta.  Vamos a ver a quien sea.  Encontramos a un hombre en traje y corbata.  Su cabello está bien peinado y lleva una gran sonrisa.  Dice que él es fulano presentándose como candidato a congresista. Entonces, nos pregunta: “¿Qué debo hacer para ganar su voto?”  Así el rico se acerca a Jesús en el evangelio hoy.
 

Como muchos ricos hoy en día, el hombre viene apresurado.  Suavemente se dirige al Señor: “Maestro buen—dice -- ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?”  Como si el reino de Dios fuera un logro para cumplirse o un producto para comprarse, el hombre quiere la fórmula para asegurarse de la felicidad en la muerte.  Actúa como nosotros cuando pensamos en la vida más como una conquista nuestra que un don de Dios.
 

Sin embargo, el Señor no se ofende con nuestra falta.  Pues, sabe que desde la niñez estamos acostumbrados oír que no hay nada bueno que viene gratis.  Nos ama a pesar de la pretensión que podríamos lograr la vida eterna.  Así en la lectura, Jesús lo mira al rico con amor aunque no le da la respuesta que desea. En lugar de decirle que tiene que memorizar diez salmos o abstenerse de vino, lo reta más al fondo.  Dice que él debe ir y vender sus pertenencias, darles a los pobres las ganancias, entonces venir y hacerse su discípulo. 
 

El hombre lo escucha como si Jesús estuviera exigiendo que se le quiten los dos brazos.  Entonces parte del Señor desilusionado.  No parece opuesto a regalar una porción de su riqueza – tal vez la mitad o posiblemente, como uno de los hombres más ricos en el mundo actual hizo hace unos años, hasta ochenta y cinco porciento.  Pero ¿todo?  “Lo siento, Señor -- parece decir – he conservado mi fortuna con cuidado y no voy a dispensarla de una vez”.   A lo mejor no somos ricos como el hombre en el evangelio; sin embargo, hay otras cosas que nos impiden el seguimiento de Jesús.  Tal vez sea el placer que algunos tienen de mirar la pornografía o quizás la satisfacción que otros reciben por echar una mentira que les entregan de un lío.
 

Jesús nos  advierte del problema.  Dice que es más difícil para un rico entrar en el Reino de Dios que un camello pasar por un ojo de una aguja.  ¿Solamente está refiriéndose a los adinerados?  Parece que no porque cuando los asombrados discípulos le preguntan “… ¿quién puede salvarse?”, Jesús responde que “es imposible para los hombres, mas no para Dios”.  Todos – los pobres tanto como los ricos, los analfabetos tanto como los cultos, los adultos tanto como los niños – tienen que buscar en Dios su salvación del pecado y de la muerte.
 

Entonces, ¿por qué la Iglesia habla de la necesidad de hacer obras buenas para llegar al cielo?  Esta pregunta movió a Martín Lutero a separarse de la Iglesia católica. Sin embargo, la Iglesia desde su principio ha enseñado la primacía de la gracia para la salvación.  Es puro don de Dios concedido por la muerte y resurrección de Jesucristo que nos ha hecho en sus hijos adoptivos.  Sin esta palanca no podríamos hacer nada meritorio y seríamos destinados a la muerte.  Ya, integrados en la familia divina, podemos amar ambos al extranjero y al paisano – actos que nos ganan otro destino.  Hace unos años un sacerdote en Dallas, Texas, le donó uno de sus riñones a una parroquiana.  No era de ningún modo necesario de parte de él pero completamente preciso para ella.  Es el tipo de cosa que se hace por un familiar, no por sólo un conocido.  El cura lo hizo por la gracia de Dios.
 

Un hombre cuenta de su niñez.  Recuerda que los domingos al final de la misa se marchaban algunos huérfanos al frente del comulgatorio.  Entonces el cura pedía a las familias si considerarían a llevar a uno de los niños a su casa.  Dice el hombre que era gran humillación para los huérfanos, particularmente si ninguna familia los quería.  Bueno, somos como esos huérfanos, pero Dios nos ha salvado de la humillación con su gracia.  Pues nos ha escogido para su familia.  Ya somos sus hijos e hijas adoptivas con la oportunidad de hacer actos meritorios.  Ya podemos alcanzar la vida eterna.