Homilía para el 2 de marzo de 2008

El Cuarto Domingo de Cuaresma - Ciclo A

(Juan 9:1-41)

Es un otro modo de ver. Los soldados contemporaneos llevan gafas que les ayudan ver en la noche. Las gafas se aprovechan de los rayos infrarrojos emitidos por la luna o las estrellas y reflejados por el objeto. Procesados en tubos dentro de las gafas, los rayos producen una imagen del objeto. Ciertamente las gafas de visión nocturna crean una enorme ventaja para los militares en las guardias nocturnas. Sin embargo, nosotros tenemos a nuestra disposición un alternativo “otro modo de ver” más favorable aún.

Consideramos la fe como otro modo de ver. La fe nos permite a conocer a Dios como nuestro Padre y a Jesucristo como nuestro salvador. En el evangelio hoy el ciego de nacimiento se aprovecha de una fe rudimentaria para reconocer a Jesús como la luz del mundo. Siguiendo esta luz, él encuentra la salvación. Cuando Jesús le manda a lavarse en la piscina de Siloé, el ciego no vacila en responder. Resulta que él no sólo ve los colores del arco iris sino también adora a Jesús como “el Hijo del hombre.” Este título refiere al rey de reyes del profeta Daniel que Dios envió al mundo para rescatar a Su pueblo. El lavamiento sirve al ciego como nos sirve el bautismo. Por sus aguas tenemos la plena fe en Jesús como el salvador.

Entonces, ¿por qué muchos no siguen al Señor Jesús? ¿Por qué la mayoría en nuestro propio barrio no viene a misa el domingo? ¿Por qué los matrimonios se rompen y los jóvenes se enredan en vicios? ¿Es que la fe pierda su fuerza para salvar en casos? No lo creo. Creo que muchas otras luces pueden llenar los ojos causando una ceguera como cuando se mira directamente al sol levantándose o poniéndose. Una luz que ciega es el atractivo de dinero. Hombres quieren ser ricos para gastar su plata en cualquier antojo, sea whiskey, carros sport, o vacaciones en Cancún. Pero ¿no es que la verdadera riqueza consiste en tener una familia que nos ayude crecer en la gracia y en confiar en buenos amigos con quienes podamos contar? Otra luz que ciega es la obsesión de ser atractiva. Muchas mujeres gastan miles en los productos de L’Oréal y Avón. Se visten en blusas que revelan los pechos tanto como los esconden. Se olvidan de que la belleza es cualidad tanto del alma como del cuerpo. ¿No es que la muchacha que se levante de su asiento en el camión para ofrecerlo a un anciano sería una mejor esposa y madre que la damita que siga sentando preocupada por su maquillaje?

Vivimos en un mundo con muchas luces contrarias a la verdadera luz. A veces nos parece que sería mejor si estuviéramos viviendo en un monasterio. Pero esto es fantasía desde que aún los monjes y monjas puedan enredarse en vicios. No, lo necesario es que nos fijemos los ojos en Jesús crucificado. Allí está una luz más brillante que el sol levantándose pero que no nos ciega. Más bien, nos permite a ver la belleza favorable y la riqueza confiable. Esto es el otro modo de visión que tenemos.

Homilía para el 24 de febrero de 2008

El Tercer Domingo de Cuaresma, Ciclo A

(Juan 4:5-42)

Jesús sienta al brocal del pozo. Está cansado y sediento del camino. Pero al nivel más profundo tiene cansancio y sed de ver a la gente media muerta por falta de la fe. Por eso, no tiene ninguna reserva de hablar con los enemigos de los judíos, los samaritanos.

Entonces viene una mujer local. No es joven pero tampoco parece gastada. Ciertamente es mujer “de experiencia.” Cuando Jesús le pide de beber, ella tampoco muestra reserva de hablar con él, aunque es extranjero. Ella conoce la sed y también el cansancio de sacar agua del pozo todos los días. Sin embargo, debajo estos sentidos físicos residen sed y cansancio espirituales. En un momento su sed y su cansancio van a conectar con aquellos de Jesús.

A la samaritana, si o no esté consciente de ello, le falta el Dios. Ha tenido placer con varios hombres, pero ninguno ha podido dejarla satisfecha. Sólo en Dios encontrará la paz. Pero no un dios muerto que algunos adoraran sólo por costumbre sino el Dios vivo cuyo amor rebosa como agua dentro del alma. Cada uno de nosotros es como esta pobre mujer. Por supuesto, no es que hayamos tenido múltiples amantes. Más bien, cada uno de nosotros ha experimentado la frustración e desequilibrio de buscar el cumplimiento en cosas creadas. Sean deportes, mascotas, sexo, comidas o una combinación de estas cosas y más, la creación nos deja inquietos sin Dios. Somos como los floreros con grandes bases y una apertura estrecha en la cima. No se puede llenarnos por una inundación de aguas – eso es, la creación. Más bien, necesitamos un flujo fino de agua – el Espíritu Santo – para ser cumplidos.

Jesús hace contenta a la samaritana por darle el amor. Su amor no es romántico sino caritativo y basado en la estima para su dignidad. Porque ella es imagen de Dios, creada para compartir en la felicidad de la Santísima Trinidad, Jesús le extiende su mano de misericordia. La mujer se da cuenta de su bondad. No tiene vergüenza a decir que Jesús, el Mesías, conoce sus pecados: “Me ha dicho todo lo que he hecho.” A nosotros también Jesús nos ama a pesar de todo lo que hemos hecho. Seamos una madre soltera, un drogadicto, un trabajador agrícola, o un sacerdote de extranjero, Jesús nos ama. Nos pide que arrepintamos de nuestros pecados, es cierto. Pero nos ama y nos provee su apoyo para hacer los cambios necesarios. Jesús nos ama.

Homilía para el 17 de Febrero

El Segundo Domingo de Cuaresma

(Mateo 17:1-9)

Encontramos a Jesús subiendo a un monte con Pedro, Santiago, y Juan. Es una compañía privilegiada pero hay campo para nosotros. Si estamos dispuestos a unírnosla, que sigamos con el arrepentimiento de cuaresma. Pues la cuesta es la preocupación con nosotros mismos que tenemos que superar, y las alturas son ningún otro que el altísimo Señor. Para cumplir la trepada llevamos tres auxilios: los zapatos del ayuno, el agua de la oración, y el bastón de la limosna.

Es la visión de la meta que nos mantiene en la subida. Durante la lucha para los derechos civiles los negros en los Estados Unidos recordaban a uno y otro, “Fíjense los ojos en el premio.” Nuestro premio es volvernos en hombres y mujeres transformadas. No estamos hablando meramente de perder unos kilos por dejar de comer los donuts. No, tenemos en cuenta una transformación más radical. Nos volveremos en nuevas personas listas para hacer frente a los retos de nuestras vidas, sean amar a la vecina que nos rehúsa a hablar o sea mantener nuestros ojos sólo a nuestras propias esposas. Asimismo, es la visión de Jesús transformado que permitirá a los discípulos seguir creyendo en él aunque se dan cuenta que Jesús sufrirá la muerte más indigna imaginable. Ellos ya pueden mirar a través de la crucifixión a Jesús resplandeciente en la gloria.

Jesús está acompañado por Moisés y Elías. El primero representa la Ley y el segundo, los profetas. Juntos hablando con Jesús, indican que Dios cumplirá en él todas las promesas de las Escrituras. Jesús ya ha vivido la justicia y practicado la misericordia escritas por Moisés. Ahora está acercándose su martirio así como el rey atentó contra Elías por ser profeta. La presencia de los tres nos regala una mejor idea del resultado de la transformación. Seremos hombres y mujeres rectas que no se retiran bajo las lluvias de dificultad. Cuando, por ejemplo, nos enteramos que una vecina con quien hemos tomado café un mil veces ya está en un asilo, la visitaremos. No nos importará que ella está deprimida, enferma con cáncer, y pidiendo la muerte. Porque la vemos como Cristo en la cruz, la consolaremos con un abrazo. ¿De dónde vamos a sacar la fortaleza para hacerlo?

Primero tenemos que seguir el consejo que viene de la nube. No menos que la voz de Dios nos avisa, “Éste es mi Hijo muy amado…escúchenlo.” Las palabras de Jesús no pesan nada pero valen toda la plata en el Banco Nacional. Nos dicen que nuestra meta – la transformación de nuestras vidas – es ambos un don y una obra. Es don porque él nos suelta al Espíritu Santo para realizarla. Es obra porque tenemos que mover con este mismo Espíritu para cumplir el designio de las bienaventuranzas. Al escuchar la voz de Dios los discípulos caen a la tierra. Ellos aprecian, más que nosotros, la gravedad del aviso. Pues, él refuerza todo lo que se hubieran imaginado del señorío de Jesús.

Pero ser Señor no significa que Jesús sea soberbio. Más bien, tiene compasión a sus sujetos. Viene a tocar a los discípulos congelados con temor en el suelo. Nos muestra que la transformación que esperamos esta cuaresma no es para dominar a los demás sino para servirlos. Podemos ver esta transformación en Tony Blair, el ex-primer ministro de Gran Britana. En diciembre el Señor Blair se convirtió al catolicismo. “¿Por qué?” algunos preguntarán. No es simplemente el hecho que su esposa y cuatro hijos son católicos. Más bien, dice un experto, es lo que representa la Iglesia Católica: el compromiso al pobre, la lucha contra la injusticia, y la valentía en cuestiones no populares. Que cada uno de nosotros brinde estas mismas cualidades: el compromiso al pobre, la lucha contra la injusticia, y la valentía en cuestiones no populares.

Homilía para el 10 de febrero de 2008

Homilía para el Primer Domingo de Cuaresma

(Mateo 4:1-11)

Cometas en el cielo, como la Biblia, es un libro que cuenta de un hombre con dos hijos. Un hijo es talentoso, valeroso, y generoso como su padre. El otro hijo también es talentoso pero aprende cómo ser valiente y cómo amar sin condiciones sólo después de causar mucho dolor. La Biblia en su totalidad es la historia de Dios y Sus dos prole – Israel y Jesús. Israel se muestra como distinto de su Padre Dios por fallar a imitar Su fidelidad. No está perdido sino se necesita la redención. Jesús, en contraste, puede redimir a Israel porque encarna el fiel amor de su Padre. El evangelio hoy nos relata cómo el carácter de Jesús está probado. También nos sugiere que nos probemos a nosotros mismos para determinar nuestra relación a Dios durante Cuaresma.

El diablo primero tienta a Jesús por decirle: “Si eres el Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes.” Está probando la resistencia de Jesús a los deseos del cuerpo. No es solamente que Jesús, como todos, requiere la comida para sobrevivir sino que está famélico después de cuarenta días de ayuno. “¿Qué podría ser incorrecto con producir pan de comer?” quisiéramos preguntar. Mucho, si uno lo hace a la exhortación del diablo. Dios ha reconocido a Jesús como Su hijo en el bautismo. Por eso, Jesús debe confiar que Dios lo provea con todas sus necesidades. Después de su liberación de la esclavitud en Egipto Israel sucumbió al anhelo de sus estómagos. Sintiendo hambre, la nación dijo a Moisés que prefería las ollas de carne en Egipto a la merced de Dios en el desierto. Jesús, al otro lado, pasa la prueba. Dice al diablo que los humanos no viven sólo por el pan sino por la palabra de Dios. Durante Cuaresma sacrificamos algunas necesidades corporales – un poco de comida y de bebida, tal vez algún entretenimiento – para mostrar nuestra lealtad a Dios.

Pudiéramos disciplinar el cuerpo bien, pero ¿somos seguros del amor de Dios para nosotros? Muchachos a menudo prueban el amor de sus padres por tomar riesgos no necesarios para atraer su atención. Por un tiempo el intentar de suicidio, o, al menos, hablar de ello, estaba corriente como un medio de tirar la preocupación de padres. Ahora algunos prueban el amor de Dios por presumir que Dios pasará por alto sus faltas y perdonará sus pecados, si o no están verdaderamente contritos. Pero se olvidan que sus errores lo hacen más probable que cometan delitos más graves aún y menos probable que pidan el perdón. En lugar de someternos al pecado tenemos que volver a Dios pidiendo la fuerza. Los israelitas no lo hicieron en el desierto. Más bien, dudaron de Dios – como dice el Salmo 94, “aunque habían visto Sus obras.” Jesús no duda el amor de Dios ni un centímetro. Fácilmente repela la estocada del diablo para echarse de la cima del templo. Le dice: “’No tentarás al Señor, tu Dios.’”

Satanás jamás se cansa. Su intento final, por el presente, a destruir la relación entre Jesús y su Padre es tanto insidio como astuto. Jesús ha venido para reclamar el mundo por el Reino de Dios. Ahora el demonio lo ofrece en un plato. En cambio, Jesús sólo tendrá que ¡postrarse antes Satanás! Por supuesto, por adorar al diablo Jesús indicaría que Dios realmente no es el Rey. Estaría cayendo en la idolatría de los israelitas dando culto al ternero de oro. En el mundo globalizado de hoy donde el dinero se mueve tan libremente como pájaros por las fronteras, debemos interrogarnos si hacemos la plata como nuestro dios. Tenemos pistas de esta desgracia haciéndose la realidad cuando vemos a la gente desgastando sus salarios con boletos de lotería y escuchar historias de atletas derrochando sus futuros por el uso de drogas. Por el bien de nuestros futuros y también por nuestros destinos digamos con Jesús, “Retírate, Satanás.” Ahora y siempre, digamos, “Retírate, Satanás.”