Homilía para el domingo, 29 de abril de 2007

IV DOMINGO DE PASCUA

(Juan 10)

Muchos piensan en “Cristo” como si fuera el apellido de Jesús. Dirían que Jesucristo era hijo de José Cristo y María Cristo. No, Señor, lo siento. Cristo es el apellido de Jesús tanto como Travieso es el apellido de Daniel. Más bien, Cristo se refiere a la relación entre Jesús y Dios. Cristo significa el ungido. Jesús es el Hijo de Dios Padre que ha recibido la unción del Espíritu Santo para proclamar su amor al mundo.

Como muchos no entienden bien el significado de “Cristo” hoy día, había semejantes problemas en el día de Jesús. Cristo es la palabra griega para la palabra Mesías en hebreo. Los judíos esperaban al Mesías para regresar a su pueblo al tiempo de oro de David. En sus mentes el Mesías tendría un ejército con espadas tan afiladas que aún Roma haría volteretas por su mandato. Por esta razón, cuando los judíos vienen para coronarlo rey, Jesús escapa a los altos. Sin embargo, el Espíritu Santo otorga a Cristo otro tipo de poder. No le arma para sacar sangre sino para sanar corazones.

Si no es un Mesías regio, ¿cómo deberíamos ver a Jesús? En el evangelio hoy Jesús se revela a sí mismo como el buen pastor. Él cuida a sus discípulos como el rey David una vez hizo para sus ovejas. No infinitamente mejor que David hizo. Les da de comer su propia carne para que tengan vida eterna. Les comunica la unidad de amor para que nadie pueda arrebatarlas. Hemos visto el super-pegamento más fuerte que los vínculos de hierro. Así es el poder unificador de amor de Cristo porque es el mismo cemento que sostiene uno el Padre y el Hijo.

Un examen: ¿qué es el amor? A) Amor es el deseo para unirse con la amada. B) Amor es el sacrificarse para el bien del amado. C) Amor es el hacerse amigo a la amada por la satisfacción de los dos. D) Amor es el afecto que se tiene para el amado porque tiene algo en común. E) Todos arriba. La respuesta correcta es, sí, E) todos arriba. El amor de Dios para nosotros es todas estas respuestas juntas, y también es el amor cristiano. Como la comunidad de Cristo querremos tener el mismo sentir y pensar como, por ejemplo, la tripulación aborde el trasbordador espacial. Querremos contribuir para aliviar el sufrimiento del otro como el mundo respondió a las víctimas del tsunami navideño de 2004. Querremos expandir a nuestro círculo de amigos más allá que los parientes y vecinos como universitarios en el primer día de clases. Y querremos extender la mano si no el brazo a uno y a otro en saludo como los políticos buscando votos. En esta manera nadie jamás nos arrebatará del rebaño de Cristo.

Homilía para el domingo, 22 de abril de 2007

Domingo, II Pascua

(Juan 21)

Pedro ha negado a Jesús tres veces cuando Jesús necesitaba su apoyo. Fue un terrible despliega de cobardía porque Pedro había jactado que moriría por Jesús. Como un modo de permitir a Pedro recompensar por su fracaso, Jesús le pregunta tres veces si lo ama. Podemos ver cada pregunta como probando la realidad de Jesús más a fondo y conduciéndonos a su propia exigencia.

Primero, Jesús le pregunta a Pedro si lo ama “¿…más que éstos?” La palabra “éstos” puede referir a sus aparatos de pescar. Entonces que nos preguntemos a nosotros mismos si amamos a Jesús más que las cosas que nos den la satisfacción. ¿Amamos a Jesús más que nuestro trabajo – sea cuidar a niños o conducir un bus? ¿Lo amamos más que nuestros placeres – quizás fútbol o bailar? ¿Lo amamos más que nuestros gozos – regresar a casa en la tarde o tomar café con un amigo? Entonces Jesús le dice a Pedro que apaciente sus corderos. Como cuidador de la Iglesia, Pedro ha de facilitar la disponibilidad de la Eucaristía a todos cristianos. Escucháramos a Jesús pidiéndonos a apoyar a nuestra parroquia.

La segunda es más simple pero más profunda. “Simón, hijo de Juan,” le pregunta, “¿me amas?” Quizás quiera a Pedro que se dé cuenta de Jesús como persona humana. ¿Ama a este hombre que enseñó a los miles, que dio de comer a los que no traían pan, que sanó a los desperados? ¿No parece extraño tener relación con una persona que caminaba sobre la tierra hace dos mil años? No obstante, muchos tienen una relación con un esposo o esposa que sobrevive la muerte. Ciertamente podemos mantener tal afecto para Jesús. De todos modos, Jesús pide a Pedro, “Pastorea mis ovejas.” Otra vez, Pedro como el supremo apóstol tiene la responsabilidad de presentar toda la verdad a los católicos. Tomáramos estas palabras de Jesús como una directiva de evangelizar a nuestros asociados por hablar siempre la verdad con bondad.

La tercera vez Jesús pregunta a Pedro si lo ama, él está refiriendo al fondo de su identidad. ¿Ama Pedro a Jesús como Dios? Esta pregunta reta a la persona si se considera el mal en el mundo. La tragedia esta semana pasada al Tecnológico de Virginia ha levantado una pregunta semejante en los corazones de muchos. Si Dios existe, preguntan, ¿cómo Él puede permitir tanto sufrimiento? Tal vez existe, ellos siguen pensando, pero no le importan la masacre de treinta y dos inocentes y el suicidio de un miserable maníaco. Entonces ¿valdrá nuestro amor? Sin embargo, ni la opción de que Dios no exista o ni la de que a Dios no le importe el sufrimiento humano nos parece correcta. No, creemos en un Dios bueno y todopoderoso y amamos a este Dios con todo corazón aunque no lo comprendemos. De hecho, creemos en Dios y amamos a Él porque es un misterio más allá que nuestra comprensión puede alcanzar. Si pudiéramos comprenderlo, entonces no valdría nuestro culto. Sabemos solamente que nos ha regalado la vida y que nos ha compartido el sufrimiento en la cruz. En torno Él quiere que nosotros apacentemos sus ovejas – eso es, que seamos como el samaritano a cada persona que encontremos por el amor de Él.

Homilía para el Domingo, 15 de abril de 2007

II DOMINGO DE PASCUA

(Juan 20)

El evangelio nos cuenta de las apariciones de Jesús el día en que resucita de la muerte y una semana posterior. Sabemos la historia bien porque la escuchamos en este segundo domingo de Pascua todos los años. Tomás no está presente cuando Jesús aparece a sus discípulos la primera vez. Pero allí está por la segunda vuelta. Desde que Tomás ha insistido que no creería sin tocar las llagas de Jesús, Jesús le invita a hacer precisamente eso. La escena termina con Jesús bendiciendo a todos que creen sin verlo resucitado. Por eso, podemos decir que el propósito de la historia evangélica es para confirmar nuestra fe en la resurrección.

Hace siete años, el Papa Juan Pablo II declaró que este segundo domingo de Pascua sería conocido como “el Domingo de la Divina Misericordia.” Se puede encontrar la razón para el nuevo título en el mismo pasaje evangélico. En la tarde de su resurrección cuando Jesús aparece a los discípulos, él sopla sobre ellos el Espíritu Santo. Mandándolos al mundo con el poder de perdonar pecados, Jesús les hace agentes de la misericordia de Dios.

Con toda la charla de una “crisis de fe” en nuestros tiempos, pensáramos que la mayoría de personas no más cree en la vida después de la muerte. Asimismo, sintiéramos la necesidad de proclamar la divina misericordia si muchos estuvieran rechazando a Dios como un tirano. Sin embargo, los americanos por mucho creen en la vida eterna y también que van a conocer el cielo. Un sondeo hecho hace unos pocos años muestra que ocho de cada diez americanos aceptan la vida después de la muerte. Cuando se les pregunta si esperan alcanzar el cielo, casi dos por tres americanos dijeron que sí. No es sorpresa entonces que sólo uno en cada dos cientos se ve a sí mismo como condenado al infierno.

Desde que tanta gente ya acepta la vida después de la muerte y cree en la misericordia, ¿por qué repetimos este evangelio año tras año? Encontráramos una razón en lo que proclama Tomás después de ver a Jesús. Lo llama “¡Señor mío y Dios mío!” ¿No es que Tomás nos hable de parte de todos nosotros? Jesús es nuestro Señor y nuestro Dios. Esto quiere decir que someteremos nuestra voluntad a la suya, que guardaremos sus mandamientos. El único mandamiento enfatizado en este Evangelio según San Juan es que amemos a uno y otro como Jesús nos ha amado.

Tal amor parece tan simple como “dos mas dos,” pero muchos lo encuentran tan difícil como el álgebra. Un hombre está cuidando a su esposa que tiene la enfermedad de Álzheimer. Pide a sus hijos que ayuden simplemente por telefonear a su madre de vez en cuando. Cierto, les dice, cuesta mantener una conversión larga con ella pero a ella le gusta mucho escuchar sus voces. Sin embargo, tres de cuatro de los hermanos resisten cumplir la petición de su padre. Amar a uno y otro al menos exige que cuidemos a aquellas personas que Dios nos ha puesto cerca.

Homilía para el 7 de abril de 2007

VIGILIA PASCUAL

(Lucas 24)

Es muy temprano en la mañana. No asoma ni un rayito de luz. Los amigos estacionan sus carros cerca la cabeza del sendero. En silencio emprenden el camino. Andan cansados, pero también con gran expectativa. Se han levantado en las horas más tempranas para ver la salida del sol desde un mirador montañoso. Tienen la misma combinación de sueño y expectación como las mujeres en el evangelio marchando al sepulcro de Jesús.

Estas mujeres han acompañado a Jesús desde la predicación del Reino de Dios en Galilea. Siempre le han provisto el pan, queso y vino para facilitar la misión. Ahora vienen como las más fieles seguidoras suyas. No quieren aguardar ni un minuto más de lo necesario después del día de descanso. Más bien, desean lavar la sangre de su cuerpo y ungirlo con perfumes cuanto antes para que no sufra mayor indignidad. En nuestra sociedad los familiares no preparan el cuerpo del fallecido para el entierro. Pero, sí, les arreglan un funeral decoroso para mostrar su amor.

Entonces les preguntan dos ángeles, “¿Por qué buscan entre los muertos el que está vivo?” Es una interrogación apta para el mundo actual. Tiene que ver con cómo enfrentamos la muerte. Buscan al viviente entre los muertos aquellos que tratan de ahogar su sentido de perdida con cerveza. Esperan una vida tolerable por matar la consciencia del muerto. Otros buscan al viviente entre los muertos por hacer una gran fiesta por el muerto. Desean sólo buenas memorias del fallecido. Desgraciadamente, no hacen la justicia al complejo de su vida. Otras buscan al viviente entre los muertos por no dejar el luto. Vuelven cada conversación en una historia del muerto. Comparan a toda persona con el fallecido.

La resurrección de Jesús nos provee otro modo de hacer frente a la muerte. Damos gracias a Dios por la experiencia de haber conocido la persona. No siempre viene fácil esta gratitud. Si la persona era un canto de alegría en nuestras vidas, su ausencia nos deprime. Si era un dolor de espalda, no sentimos ningún impulso para mostrar la gratitud. Sin embargo, quizás seamos más fuertes o al menos más sabios por el conocimiento. Además, rezamos que Dios les perdone sus pecados. Nadie es perfecto. Todos – aún un Juan Pablo Segundo -- cometen errores y requiere la misericordia de Dios. En esta manera, imitamos a las mujeres dando testimonio a los apóstoles que Jesús vive. Nuestras gracias indican que el Espíritu de Jesús vive en nosotros. Y nuestra petición de perdón subraya la esperanza de la resurrección para sus seguidores.

El pollito da testimonio a la resurrección de Jesús porque es nueva vida. El conejo da le testimonio por representar la vida en abundancia. Nosotros damos testimonio por llevar nuevas ropas en el domingo de Pascua. La ropa indica una nueva actitud hacia la muerte. Ya no representa la perdida del fallecido para siempre. Ni es el tema de cada conversación. Ya vemos la muerte con la esperanza de Jesús, el sol saliendo que no va a ponerse. Ya la vemos con esperanza.

Homilía para Viernes Santo, 6 de abril de 2007

VIERNES SANTO

(Juan 18-19)

Toda casa tiene sus propios artículos especiales. Tal vez sean las cubiertas de plata o la colección de vinos. Un anfitrión recientemente dijo a su huésped, “Puedes tocar cualquier cosa en la casa excepto el home entertainment system.” Así la Iglesia conserva la Pasión según San Juan para el Viernes Santo. Cada año en el Domingo de Ramos leemos de la Pasión según San Mateo, según San Marcos, o según San Lucas. Sin embargo, reservamos la Pasión de Juan exclusivamente para el Viernes Santo para poner la interpretación más profunda en la muerte del Cristo.

En su relato de la Pasión el evangelista Juan nos muestra a Jesús como un víctor que no sufre sino reina. El nos presenta al Hijo de Dios que no puede ser derrotado por la cruz sino la usa para conquistarnos la salvación. Vemos estas verdades desde el huerto de la traición hasta el huerto del entierro. En el huerto antes de su arresto Jesús no está en el polvo pidiendo que le pase por alto la prueba. No, son soldados romanos – el ejército más triunfante de la historia – que caen al suelo. Ante Pilato supuestamente se juzga Jesús, pero de todo lo que pasa es Pilato mismo cuya vida está en juicio. El procurador tiene que decidir o por Jesús, la luz del mundo en su casa, o por los judíos que lo acosan desde las tinieblas afuera. En el camino a Calvario Jesús no necesita ayuda con la cruz. Es perfectamente capaz de llevarla sólo toda la vía. En la cruz, Jesús no queda abandonado como en las otras versiones del Evangelio. Más bien, tiene a un lado a su discípulo amado y al otro a su propia madre. Su realeza está proclamada en tres lenguas a pesar de los reclamos de los líderes judíos. Y muere cuando está listo o, mejor decir, cuando “Todo está cumplido.” Finalmente, viene Nicodemo al huerto de los muertos con bastantes especies para enterrar a un emperador.

En el principio de su misión Jesús dice que cuando se levante el Hijo de hombre, todo el que cree en él tendrá la vida eterna. Ahora es el momento de nuestra decisión. ¿Vamos a reconocer a Jesús como reinando en la cruz como lo retrata San Juan? Nos ofrece la vida no sólo para hoy sino para siempre. Sí, se requiere que lo sigamos tanto con acciones como con palabras. Pero nos promete su presencia por el Espíritu Santo para facilitar el viaje. La vida eterna, entonces, es más de una promesa para superar la muerte. Es también la alegría del acompañamiento de Jesús todos los días. Tal vez hayamos visto el aparato que sirve como teléfono, calendario, televisor, y portador del Internet. Hace la vida bastante más cómoda. Sin embargo, no vale nada en comparación con este acompañamiento de Jesús.

O ¿vamos a rechazar la oferta de Jesús para tomar partido con los aparentes vencedores en Calvario. Mucha gente– los “playboys” que miran a otras personas como muñecas en un carnaval, los perezosos que ven el mundo como su lecho, las chismosas que se jactan al techo por poner a otras personas en el piso -- prefiere esta opción. Tenemos que decidir ahora.

También en el Evangelio según San Juan Jesús dice que cuando se levante, él va a atraer a todos a sí mismo. Se cumple esta profecía en la cruz. Jesús es el anfitrión que invita a todo el mundo a su lado: Pilato, los judíos, su discípulo amado, su madre, y también nosotros. Les ofrece a todos la vida eterna, sus cubiertas de plata. Podemos tomarla. O podemos rechazarla y, en su lugar escoger los aparatos que supuestamente hacen la vida más cómoda. Todos tienen que decidirse por su propia parte. Es la decisión de cada uno.

HOMILIA PARA EL JUEVES SANTO, 5 de abril de 2007

JUEVES SANTO

(Juan 13)

La cuaresma siempre comienza en el invierno. El tiempo es helado y la tierra estéril. Pero termina en la primavera cuando todo es cambiado. La cuaresma nos lleva del invierno a la primavera, del egoísmo a la preocupación por los demás, de la esclavitud del pecado a la libertad de hijos de Dios. Algunos dicen que no deberíamos ayunar durante la cuaresma, más bien que procuremos a hacer obras de caridad. Pero tenemos que hacer las dos cosas: privarnos de bienes que nos gustan y atender las necesidades de otras personas. La primera práctica es para enseñar a Dios nuestro amor y la segunda es para amar a otras personas.
Al Jueves Santo recibimos un semejante doble mandato. En la segunda lectura San Pablo nos dice cómo Jesús instituyó la Eucaristía la noche antes de que muriera. Tomó el pan y el vino, dio gracias por los dos, y dijo, “Esto es mi cuerpo…Este cáliz es la nueva alianza que se sella con mi sangre. Hagan esto en memoria mía…” Por esta razón celebramos la misa hoy y todos los días con la excepción de mañana, el Viernes Santo.
El lavatorio de los pies es el segundo mandato de Jesús en el Jueves Santo. Curiosamente, el lavatorio de los pies ocurre solamente en el Evangelio según San Juan donde Jesús no ofrece el pan y el vino la noche antes de su muerte. ¿Es que el Evangelio ignora la Eucaristía? Seguramente, no. En el Evangelio según San Juan Jesús da el discurso largo sobre la necesidad de pan de vida. Dice: “…si ustedes no comen el cuerpo del Hijo del hombre y beben su sangre, no tendrán la vida” (Jn 6).
En el Evangelio según San Juan en lugar de tomar el pan, Jesús toma una toalla y lo ata alrededor su cinturón. En lugar de verter vino en un cáliz, Jesús echa agua en una jofaina y lava los pies de sus discípulos. Finalmente, les dice algo semejante a “Hagan esto en memoria mía” cuando les carga, “Pues si yo…les he lavado los pies, ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros.” Por su puesto, Jesús no quiere decir que un día del año el cura ha de lavar los pies de algunos parroquianos. Ni que todos nosotros hemos de lavar los pies de unos y otros todos los días. No, el quiere que sirvamos a uno al otro.
¿Cómo lo hacemos? Ustedes trabajadores no deben permitir el deseo de dinero impedir el mejor desempeñar de sus responsabilidades. Ustedes dueños deben proveer seguro médico y las otras necesidades para la dignidad humana. Ustedes jubilados deberían poner su tiempo a la disposición de organizaciones ayudando a otras personas. Ustedes padres deben tener cuidado en dar el mixto apropiado de disciplina y de apoyo para que sus hijos crezcan en personas conscientes.
Al fin del año pasado un hombre pasando de Florida a Colorado tenía problemas con su carro en Tejas. Era noche lluviosa cuando el extranjero encontró a Willie Dancer, un mecánico afro-americano, en una tienda de abarrotes. El mecánico tuvo el carro remolcado a su taller y llevó al hombre a un motel. El próximo día arregló el carro que tenía un cinturón en pedazos, y el hombre estuvo en camino por el medio día. El costo al extranjero para remolque, piezas, y labor – solamente $65. ¿Por qué hizo el Señor Dancer tanto servicio por tan poco precio? Él explicó: “Toda persona debe ser ayudada cuando está en necesidad…Solamente es la cosa correcta.”
Se dice: “Eres lo que comes.” Nos recuerda este dicho a contar las calorías y los carbohidratos. Sin embargo, nosotros católicos llevamos adelante la frase un paso gigante. Cuando comemos la carne de Cristo y bebemos su sangre, tenemos su vida dentro de nosotros. Esta vida nos mueve de la esclavitud de pecado a la libertad de hijos de Dios, del egoísmo a la preocupación por los demás. Nos capacita a cumplir el mandato de Cristo para servir a uno y otro. Su vida nos capacita a servir.